Creó en su día la presidenta de ACTE, Luisa Chico, el premio Amparo Walls  Hernández con el ánimo de dar visibilidad a las personas mayores que escriben sobre su propia vida, y que a través de sus recuerdos pueden dejar constancia tanto de su historia  privada como de sus presencias en la sociedad que les tocó vivir. La asociación ha venido  convocando el premio ininterrumpidamente en estos últimos años, especificando en cada  convocatoria una modalidad narrativa, y han sido premiados siete libros nuevos pues tiene  como objeto fomentar la creación y difusión literarias en el ámbito de nuestro  archipiélago, y recordar la figura de la escritora canaria Amparo Walls Hernández.

Y Alicia Contreras ganó el primer año la convocatoria con un precioso libro que es el que aquí se recuerda. Hagamos, primero, un poquito de historia para comprender quién era esta señora llamada Amparo que, por coincidencias del destino, resultaron ser  mis padres y, hace muchos años, fueron amigos de la familia de Alicia, concretamente de  su querido tío Enrique Báez y su mujer, Argelia, con los que convivió una temporada porque no tenían hijos y su mamá estuvo algún tiempo enferma. De ahí, que Alicia  comentara que sus hijos tuvieron el doble de abuelos que otros niños, de lo bien que se  llevaban y querían. Pues bien, el 1 de abril de 1914 nacía Amparo Walls Hernández en  Santa Cruz, siendo de condición pacífica, y amante del arte, no obstante en su vida  superaría muy pronto un brote del virus de la gripe tipo A (la mal llamada gripe española),  de 1918 (que se llevaría a su hermanito Vicente y 50 millones más de personas), y muchas  guerras, desde luego la del año 14 y las otras que vendrían luego, aunque trascendió pocos  días antes de cumplir los 97 años, en el 2011, con lo que no experimentó los desajustes  de la pandemia del 2019, ni la invasión rusa a Ucrania, ni el genocidio de los palestinos  (que tanto disgusto le habría dado). El siglo pasado, el XX, (junto a este que vivimos  ahora) no se ha dado a conocer precisamente por los deseos pacifistas de la humanidad y,  por lo que llevamos en la andadura del 2025 (que ya acaba), no parece que vayamos en  el camino de vivir en la paz.

Pero, al parecer, esa es parte de la paradójica condición  humana. De hecho, doña Amparo conoció a quien sería luego su marido, Sulaimán Omar  Zarruk, un día de marzo de 1937, en la Plaza de los Patos, cuando en plena guerra civil las tropas desfilaban por delante de Capitanía. Si algo definitivo nos enseña la  madurescencia (término preferido por Sigmund Freud) es el lento ejercicio o don de la  resiliencia permanente. En este caso, a ciento y pico años vista, y como lúcidamente opinó  el gran Allan Kardec El respeto que se tiene por los muertos no es por la materia, sino  por el recuerdo del espíritu ausente; es análogo al que se tiene por los objetos que le  pertenecieron, que él tocó y que los que le han amado guardan como reliquias... y,  recordar con la convocatoria de este premio a Amparo Walls Hernández, y prolongar su  recuerdo a través tanto de sus propios libros como los de quienes con todos los honores  han ganado el premio que lleva su nombre, es rendirle homenaje respetuoso a la espiritualidad artística (que supera a la destrucción), y a la gran sensibilidad y poderosa  capacidad de amar (necesaria por perpetuar la especie).

Amparo fue la autora tardía de dos hermosos libros titulados Mariposas de papel y Párrafos de la memoria, pues empezó a publicar a partir de los noventa años (cuando  le aburría soberanamente la televisión y ya le costaba estarse de pie en la cocina; por lo  que decidió no volver a cocinar más y a no ver la tele). En ellos, en sus libros, habla, a  modo de memoria novelada, de sus recuerdos, tanto los de su infancia como los de sus  experiencias de adulta, ya casada y con seis hijos, nueve nietos, y ocho bisnietos. Sus  libros, al decir de algunos comentaristas, por su gran sensibilidad y sencillez, encantan al  lector por su cercanía y amor a lo cotidiano, la naturaleza, la infancia, el arte y la  experiencia o el don de entregarse a la vida...

Pero venia este artículo para celebrar el libro de Alicia Contreras, Espejismos en  Rosa y Amarillo, visajes de mi memoria, cuyo protagonista principal es la casa de su  niñez, y que hoy es la llamada "Casa del cuento" sede del prestigioso Festival  Internacional de Cuentos de los Silos, que creó y dirige el escritor Ernesto Rodríguez  Abad. Alicia Contreras ejerció durante treinta años como profesora en la Escuela  Universitaria de Estudios Empresariales y en la Facultad de Derecho de la Universidad  de La Laguna. Ha publicado trabajos referidos a su actividad docente y ha tenido  incursiones en la escritura con relatos breves editados por el Corte Inglés. También  participó en el TEU, dirigido por Eloy Díaz de la Barreda (quien también fue profesor  mío de Declamación en el Conservatorio) y dirigió durante 11 años un grupo de alumnos  y profesores realizando lecturas dramatizadas. A los 86 años fue cuando presentó sus  memorias de la infancia reflejadas en este libro de los recuerdos que escribió Alicia  desentrañando del baúl de su memoria imágenes y situaciones entrañables que  conformaron su personalidad. En el prólogo, Daniel Bernal apunta que "Misterioso es el hilo de la memoria: pulsamos un recuerdo que se transforma en música y que nos permite  adentrarnos en el laberinto de nuestra mente, rescatar imágenes, extraer voces, reconstruir  la arquitectura de nuestra historia". 

Y es así, todo eso hace Alicia Contreras tomando como punto de inspiración el  deambular mental, desde el recuerdo, a través de los años vividos en la casa, en la casa  de la niñez. Y quien la mira hacia su interior es Alicita, la niña Alicia que aún se encuentra  agazapada en los recovecos del adulto y que ve los objetos y oye a las gentes, con un  toque íntimo, especial, que no tiene mucho que ver con la forma de mirar de los adultos,  aunque ella, la Alicia ya mayor, la que escribe, emplea dos voces sin quitarle a la infancia  el don de la mirada inocente, como si fuera otra Alicia en el país de las maravillas, que,  al fin y al cabo, es el territorio de la infancia. Y nos presenta ya desde el comienzo a la  que será, junto a su mirada, la verdadera protagonista del libro, la casa, "mi casa", dice,  aunque la mirada y la voz íntima sean infantiles: Cito: "Decía mi padre que la arquitectura  de nuestra casa era "disparatada". Mi madre, por su parte, estaba totalmente de acuerdo.  Nuestra casa les complicaba la vida con escaleras, azoteas, tejados, balcones, claraboyas  y puertas, puertas y más puertas... Un sinfín de cosas -decían- no estaban muy bien  pensadas... Pero yo no podía entender aquella especie de desapego, lo divertido de mi  casa estaba precisamente en los recovecos y rarezas de su construcción." 

Toda la familia entra en el ramillete de flores rosas y amarillas de este hermoso  libro (que recuerda en el título a aquella linda película de Summers Del rosa al amarillo),  teniendo como protagonista vivo y capital, la casa. Desde los balcones pecho paloma, el  propio palomar, las escaleras, las habitaciones, las azoteas, la portada, las ventanas, la  bañera, o también sus excursiones fuera de la casa, por el barrio y aledaños, hasta la subida  a la Galería del Cuchillo; la montaña, los veraneos... Este libro da para mucho, hasta para  filmar una película donde se testimonie, no solo la casa sino también todo el pueblo y sus  circunstancias vitales.

Y hace, o nos testimonia al tiempo, como telón de fondo, una observación  desapasionada de los años que le tocara vivir, los de la postguerra. Pero nos confiesa la  autora desde su segundo punto de vista, es decir la mujer de mayor que recuerda y  reflexiona desde la distancia y nos evidencia sus intenciones con escribir el libro, lo  siguiente de esa época social: "Cuesta creer que los largos años difíciles fueran los años  de mi infancia feliz. Mi padre a diario creaba para mí ese mundo color de rosa de mis  relatos." El humor también está presente a cada paso: aunque sea larga la cita, por su  gracia quiero releer lo referido al capítulo de Las Llaves: "El respetable tamaño y peso de las llaves de las puertas principales suponía un serio problema de transporte, no eran  aptas ni para los bolsos de señoras, ni para los bolsillos de señores. No sé cuál era la  solución generalizada, pero en nuestra casa el problema realmente nunca se presentó:  cuando mi padre y mi madre salían juntos, era de rigor pasar por casa de mi abuela para:  a) que esta se deleitara con los arreglos de mi madre; b) enterarla de que ya se iban; y c)  dejar la llave. Este ritual exigía, además, entrar por la puerta principal. La distancia más  corta (la que yo hacía decenas de veces cada día) iba de nuestra puerta principal a la  portada del patio de mi abuela, estaban enfrente la una de la otra. Pero, una vez más,  protocolo y lógica no casaban: para llegar a la puerta principal de la casa de mi abuela,  tenían que rodear la esquina, entrar por la sala (no había zaguán) a oscuras, llamar (de  viva voz, ya saben…), esperar a que mi abuela los oyera, se arreglara un poco y, por fin,  los recibiera. A la vuelta, cualquiera que fuera la hora, tenían que pasar de nuevo a  recoger la llave. Por suerte para mi abuela, en aquellos tiempos no había discotecas. Casa  con dos puertas, mala es de guardar”. En mi casa, el número de puertas secundarias daba  dolor de cabeza. Ya vimos que su fachada estaba petada de puertas. En estas empezaban  las rarezas estructurales de las que me hablaba mi padre. A mí me costaba entender eso  de la estructuralidad, pero tenía claro lo de las rarezas. Saltaba a la vista que una fachada  con una puerta principal, cuatro puertas secundarias y una ventana era una desproporción,  vale decir una rareza".

Y, además, no solo es el humor, pues Alicia muestra mucha ternura a la hora de  narrar determinados personajes de su niñez, uno de ellos, por escoger solo un ejemplo,  es el caso de Misa, femenino de miso, su gata que según la narradora la veía (y aún la ve)  así "Misa era bellísima. Alta (vale decir, larga), delgada de movimientos sinuosos y  elegantes, en estos tiempos, en el mundo de los gatos, hubiera sido una top model  internacional. La veo exacta a Marisa Berenson (anoto al margen: modelo y actriz de los  años 70 conocida por Muerte en Venecia de Luchino Visconti y Barry Lyndon de Stanley  Kubrick; y termino la cita:)... Misa era una preciosa gata de Angora... Mi padre y la gata  se vieron, se miraron, y a primera vista se adoraron recíprocamente...".

O también muestra una alta inteligencia observadora pues con absoluta profusión  de detalles nos narra "la escalera" de la casa, su primer sitio favorito: "Para mí, en cambio,  la escalera de mi casa era un sitio genial. Era de madera. Tenía solo dos tramos, ambos  muy pinos. El primer tramo tenía once escalones. Se iniciaba con un escalón de piedra,  ancho y de bordes redondeados. Los restantes eran de madera, de huella estrecha, para mí  de sobra, y de contrahuella alta, para mí mejor, más divertidos saltos. El segundo tramo, solo tenía seis escalones pero de huella más estrecha todavía. El rellano era pequeño, lo  cual no era óbice para que en la esquina hubiera un pedestal con maceta. La baranda era  también de madera, y en el primer tramo, ancha, brillante, lisa, y para mi suerte, sin  barrotes. En ella pasaba tardes enteras, a ratos trepada al modo de los monos perezosos,  a ratos subiendo para deslizarme una, y otra, y otra, y otra vez. Y, por fin, sentada mirando  cuentos; o, cuando ya sabía leer, leyéndolos. En el segundo tramo, para tranquilidad de  mi madre, la baranda no era trepable, pues estaba en su mayor parte incrustada en una  pared que no daba a ninguna parte. Solo quedaba abierto un triangulito desde donde  veíamos la parte de abajo de la casa, la entrada y el zaguán. Por detalles como este y otros  en verdad peregrinos, mi padre decía que nuestra casa era arquitectónicamente un  disparate".

Todas las emociones están presentes en este hermoso libro, Espejismos en rosa y  amarillo, las alegres y las no tan alegres, y nos transmite en todo momento confianza,  optimismo y coraje, tres bondades que en cierta medida arropan o definen a su autora,  Alicia Contreras.

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