
Cada vez que me encuentro en el parque García Sanabria o en alguna plaza o calle de nuestra ciudad con niños y niñas deslizándose con sus patines modernos, pienso en los primeros que tuve y que fueron el regalo de mi séptimo cumpleaños.
Recuerdo la emoción de aquella tarde; la caja bien envuelta en papel brillante, la luz de la vela iluminando mi pequeña tarta, las sonrisas cómplices de mis padres y la desesperación de mis hermanos pequeños para que abriera el regalo.
Y yo, sin poder contener los nervios, la abrí sin saber lo que había dentro y cuál fue mi sorpresa cuando destapé la caja de cartón y dentro estaban los patines que tanto y tanto le había pedido a mi madre. Eran de un metal brillante, con sus cuatro ruedas rojas, con correas de cuero marrón y una llave pequeña para ajustarlos a mis zapatos. No me lo podía creer, allí estaban, en mis manos, el mayor tesoro que una cría de mi edad podía tener.
Solo fue probar la tarta, cantarme el cumpleaños feliz y salir a buscar a mis amigas. Una vez estuvimos todas juntas bajamos a la calle y me los probé.
Primero solo con uno, claro está, tenía que aprender a manejarlos, y así poco a poco, y tarde tras tarde, hasta que un día tuve el valor de usar los dos. Los primeros intentos fueron torpes y breves: las ruedas parecían tener vida propia, y acabé en el suelo más de una vez. Pero me reía, feliz, con las rodillas llenas de polvo y el corazón lleno de algo que entonces no sabía nombrar.
Y tras varias semanas, por fin conseguí avanzar sin caer, el viento me golpeó la cara y sentí una sensación que no había sentido nunca: la de ser libre. Mis amigas de juegos me aplaudían, mientras yo orgullosa de mi logro, iba de un lado a otro de la cera, despacio y prudente, pero segura y orgullosa de mí misma.
Aquella noche, cuando guardé los patines en su caja, supe que algo había cambiado. Si para otros podía ser solo un juguete, para mí fue mi primer regalo de independencia que me permitió volar y volar sin despegar mis pies del suelo.
Y ese recuerdo volvió a mí hace ya algunos años, cuando le regalamos a mi hija sus primeros patines, y me vi reflejada en ella, pues como su madre un día, ella aprendió a mantenerse erguida sobre ellos y consiguió sentir sobre su rostro la brisa de la tarde, mientras rodaba impulsada por sus patines rosas, eso sí mucho más modernos y bonitos de los que un día tuve yo.
Es lógico, como todo invento ha sufrido modificaciones y variaciones a lo largo de los años, sobre todo si tenemos que remontarnos desde pleno siglo XXI al año 1770, cuando el belga Joseph Merlín creó los primeros patines incorporando cuatro ruedas metálicas dispuestas en una sola línea a una base de madera.
El siguiente en incorporar mejoras, fue Lodewijik Maximilian Van Lede que en el año 1789 introdujo el patín en línea en Francia, dónde fue llamado patín a terre (patín de tierra).
Pero la verdadera revolución se produce en el año 1863 cuando James Leonard Plimpton inventó los patines cuádruples. Al colocar dos pares de ruedas en paralelo y añadir un sistema de suspensión, siendo mucho más fácil girar y maniobrar. Más tarde se incorporaron los rodamientos en las ruedas, que disminuían la fricción y el bloque de goma usado para frenar. Estos patines permitieron el desarrollo del patinaje artístico sobre ruedas
Al principio, estos patines de ruedas se utilizaban principalmente para realizar actuaciones artísticas durante espectáculos. Fue solo en el siglo XIX cuando la práctica se diversificó con la creación de clubes de patinaje alrededor del mundo, especialmente en Estados Unidos y Europa.
Pero tienen que llegar los años 80 y 90 para experimentar el gran auge del patinaje, marcando una época en la que esta actividad experimentó un éxito excepcional, convirtiéndose en un fenómeno cultural y deportivo por derecho propio. Auge que también propició la puesta en el mercado de los patines con ruedas de poliuretano y un freno en el talón, popularizados por la empresa Rollerblade en 1980.
El entusiasmo por el patinaje en línea se vio considerablemente estimulado por la representación del patinaje sobre ruedas en los medios, especialmente en las películas y series de televisión populares de la época. Producciones como "Xanadu" y "Roller Boogie" contribuyeron a anclar la imagen del patinaje en línea en la cultura popular. Estas obras cinematográficas cautivaron al público al presentar coreografías impresionantes, competiciones emocionantes y una estética visual dinámica, elevando así el patinaje en línea al rango de actividad moderna y entretenida. Esta época también vio el surgimiento de competiciones de patinaje en línea a nivel internacional.
Así llegamos a la actualidad, donde la integración del patinaje sobre ruedas o roller, en el programa olímpico en los Juegos de París 2024, constituye un paso significativo para esta disciplina dinámica.
Estamos en un momento en el que el patinaje ha resurgido en las ciudades. No hay límite de edad para desarrollarlo, pudiendo probar diferentes modalidades y aprender de una forma divertida.
Tanto es así que, en el mercado actual, podemos conseguir una gran variedad de modelos y marcas; eso sí, partiendo de la existencia de dos tipos de patín: los quads o patines en paralelo (también llamado tradicional o “tradi”) y los patines en línea. El patín tradicional se utiliza actualmente sobre todo para hockey, artístico y roller derby. El patín de línea es más contemporáneo y tiene más desarrollada su tecnología con todo un variado catálogo para el que quiera iniciarse o perfeccionarse en el mundo del patinaje.
Destacar que con respecto a nuestras islas, no hay una fecha exacta documentada del primer uso o llegada a Canarias, pero las fuentes históricas y hemerotecas locales (como las del Diario de Las Palmas o La Provincia) muestran menciones al patinaje desde principios del siglo XX, donde fueron introducidos por vía marítima a Las Palmas de Gran Canaria y a Santa Cruz de Tenerife, que eran los principales puertos comerciales.
En Las Palmas, algunos de los primeros lugares donde podían adquirirse artículos novedosos (como patines, bicicletas o juguetes mecánicos) eran las casas comerciales de Triana —una zona muy activa comercialmente desde principios del siglo XX—. Tiendas como Casa Miranda, Casa León y Castillo o Casa Miller solían anunciar productos llegados en barco desde Europa.
En Santa Cruz de Tenerife, se podían conseguir en la famosa juguetería de los Almacenes Batista, entre otras, y también en los almacenes del Puerto de Santa Cruz, que cumplían una función similar. Era habitual que las familias encargaran los patines a través de los catálogos de los grandes almacenes de la época, o que los viajeros los trajeran de Madrid o Londres.
Es sobre los años 40 a 60 cuando el patinaje se popularizó entre jóvenes en las plazas y avenidas, así en Las Palmas, por ejemplo, se recuerda el patinaje en la zona de Triana y en el Parque San Telmo, mientras que en Tenerife se veía en La Rambla o el Parque García Sanabria.
Y desde ese momento, hasta la actualidad, ha seguido su auge y avance en todas las islas, dando lugar a la creación de una gran cantidad de clubs, repartidos por las islas, que se dedican a la práctica oficial de este ya considerado deporte.
Destacando el Gran Canaria Rollers y el Club Patinaje Molina Sport, en Las Palmas de Gran Canaria, el Santa Cruz Patina Dolphins y el Club Axel Santa Cruz, en Santa Cruz de Tenerife, el Club Patinart en Candelaria, la Asociación de Patinaje de Lanzarote y el Club de Patinaje Fayna, en Lanzarote, el Club Patín Lava, en La Palma y el Club Nasara, en Fuerteventura.
Toda una gran representación isleña, cuyos miembros participan a nivel insular, nacional e internacional en los diferentes concursos que existen en la actualidad. Como por ejemplo y el más cercano a nivel nacional, el Campeonato de España Iberdrola de Patinaje 2025-26, que se celebrará en el Pabellón de Hielo de Jaca (Huesca), del 12 al 14 de diciembre de 2025.
Desde estas páginas quiero dar las gracias a los que han hecho posible, a lo largo de estas décadas, que los patines de ruedas hayan sido y sigan siendo, uno de los principales divertimentos de tantas y tantas generaciones y sobre todo haber vivido su evolución, y contemplar como ha pasado a ser un deporte olímpico; algo impensable en aquella época, cuando yo con mis siete años, y subida sobre ellos, aprendí a volar sin despegarme del suelo...
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