Bajo la sombra de Echeyde, noto los filamentos de la panza de burro que nos cubre y cómo, uno de ellos, el más gris, me escupe la realidad en la que vivo: precariedad.

Tengo veintitantos años, soy becario y, si me comparo con los demás, puede que sea un poco egocéntrico. Me flipa TikTok y me mola ser un pequeño influencer en mi entorno. La autoridad me resbala y, sobre mi moralidad, ¡bah!, bueno, mejor ni entro.

Ser joven es más que una edad, es más complicado que eso. Es más un mood, un estado mental. Antes la juventud se acababa cuando te sacabas la carrera, pillabas curro y te ibas de casa. Ahora, algunos se creen que dejan de ser jóvenes cuando se jubilan.

A veces me siento como un robot programado con mis propias "Tres Leyes del Becario", una versión barata de las de Asimov en su novela Yo, robot:

  1. Un becario no puede llevarle la contraria a su jefe, por déspota, ignorante o explotador que sea.
  2. Un becario debe obedecer las órdenes de cualquier superior, a menos que entren en conflicto con la primera Ley.
  3. Un becario debe proteger a la empresa, aunque toque mentir a las inspecciones de Trabajo o de Hacienda, siempre que no choque con las dos anteriores.

Mi generación carga con el desprecio de los mayores. Desde su presente se creen superiores. Es fácil soltar el clásico: “Yo, a tu edad, no habría aceptado esas condiciones...”. ¡Qué fácil es ser valiente a toro pasado! 

Ahora nos llaman machistas, cuando nunca ha habido más tíos feministas; ninis, cuando somos la generación más formada; o materialistas, mientras vivimos en la más absoluta precariedad. Yo, sin ir más lejos, llevo cantidad de tiempo encadenando prácticas, muchas no pagadas, y curros temporales. Soy el esclavo de los esclavos, aquel al que todos pueden mandar y nadie recuerda por su nombre.

Precisamente por eso, me la suda tener un contrato indefinido: la indemnización por despido es tan ridícula que nada es ya para siempre. Encima ni puedo quejarme. Peor lo tienen mi chica y sus amigas: por el simple hecho de ser mujeres, cobran un veinte por ciento menos de la miseria que me ofrecen a mí.

Paso de la política; ella no. Por eso, cuando empieza con sus reivindicaciones, saco el móvil y desconecto. A veces, incluso me voy a casa. Bueno, a casa de mis padres; ella, a la de los suyos. Con nuestros contratos de chiste, independizarnos es una broma. Una vez, antes de unas elecciones, me soltó: «Abstenerte no es tu última decisión como hombre libre, es la primera como esclavo». Y oye, se me quedó grabado.

Aunque no lo parezca, soy una persona currante, creativa, inteligente y, vale, un poco superficial. Estoy, en general, satisfecho con mi gente, mi familia y mi salud. Lo único flojo: lo afectivo-sexual. Soy optimista, porque de aquí solo se puede ir hacia arriba. Para nosotros, los becarios, el objetivo es simple: sobrevivir y llegar a fin de mes, cada maldito mes. No hay otro.

Nos vendieron la moto de que estudiar era la llave del éxito, pero la cerradura ha cambiado. Hay demasiados títulos y muy poco futuro. Hacemos cursos porque no hay curro. No sé qué quiero ser de mayor, si es que no lo soy ya, claro. Cuando me lo preguntan, me entra la mala leche. En el fondo, pienso en ello cada día, pero no lo quiero reconocer. 

Miro a mi alrededor y veo que es algo generacional, pero eso no es consuelo. Y al final, me doy cuenta de que soy alguien y nadie a la vez. Estoy, pero no existo. O existo sin estar. Hago sin hacer, o no hago lo que hago, simplemente, pasa, sin más. 

Aunque te cueste creerlo, mientras lees este artículo, tengo mis propias ideas. Léelas:

- Política: Me cuesta ir a votar. Prefiero la protesta espontánea a la afiliación. Mi lema: vive y deja vivir.

- Trabajo: Precariedad. Trabajos basura, mierda jobs. Llevo más años en crisis que en calma. Mis perspectivas de trabajar en lo mío son cero, a pesar de mi doble grado y un segundo máster que voy a empezar el próximo trimestre, todo pagado por mis padres. Objetivo: ser mileurista.

- Feminismo: Sí, lo soy, aunque sea hombre y heterosexual. Y que aún sorprenda dice mucho de la sociedad que nos habéis dejado. Con el ecologismo, es lo único que me mueve. 

- Educación: El título ya no importa. Lo importante es saber hacer lo que te piden. La experiencia pesa más que el diploma. Objetivo: buscarme la vida con formación constante.

- Tecnología: Paso muchas horas frente a una pantalla. ¿Y qué? Las redes sociales son un basurero, lo sé. Me gusta que me den likes, y encontrar conexiones auténticas en torno a causas reales.

- Sexo: Me enseñaron a tenerle miedo, no a disfrutarlo. A veces busco follamigas y las encuentro en las redes sociales. Pero cuanto más conectado estoy, más solo me siento. 

- Movilidad: No tengo coche, ni ganas. Tiro de transporte público, bici, moto o coche compartido o alquilado. Objetivo: exprimir al máximo las apps de transporte.

- Vivienda: Alquilar es una pesadilla; comprar, una quimera. Sigo en casa de mis padres a la espera de que acabe el contrato de alquiler de su inquilino para irme yo a ese piso y realquilar habitaciones. Objetivo: pagarles puntualmente el alquiler.

- Identidad sexual: Me gustaría ser pansexual, o al menos un hetero curioso. Objetivo: no encasillarme en una etiqueta fija.

¿Leíste la publicación del mes pasado? Lo haré mañana

Añadir nuevo comentario