AUTORA: Isabel Santervaz

TÍTULO: No me olvides   

Desayunaba en una cafetería cuando la empleada se acercó con las manos húmedas y las secó en su delantal antes de cobrarme. Aquel sencillo gesto me recordó el olor a lejía que desprendía el delantal de mi madre. En ese momento decidí regresar, necesitaba verla, pedirle perdón por mi larga ausencia.

Varios días más tarde, subía por la empinada cuesta impregnada de olor a tomillo. Me detenía en cada vuelta a descansar y a llenar los pulmones de aquel aire fragante que casi había olvidado. El verdor de la vereda me hería los ojos, ahora sensibles al exceso de luz. Todo parecía anclado en el tiempo, aunque sabía que muchas cosas habían cambiado, empezando por mí mismo.

Se me aceleró el corazón cuando la vi. Apenas la reconocía: el tiempo había hecho estragos en su rostro y en su cuerpo. Estaba sentada en el patio de la casona donde habíamos vivido tantos años, que aún conservaba el olor de la higuera desaparecida y de los geranios plantados en latas oxidadas.

Le sonreí, pero no me miró; sus ojos estaban perdidos en los sueños que la retenían lejos. Me senté a su lado y le tomé las manos, secas y frías. Se las froté para darles calor, como hacía ella con las mías cuando volvía de la escuela. No se inmutó, seguía ausente en otro mundo en el que yo ya no tenía cabida. Me sentí culpable de mi ingratitud frente a tanto amor.

Conmovido, saqué de mi cartera los restos de los nomeolvides silvestres que me dio cuando partí. Los deposité en su mano y apoyé la cabeza en su hombro. Al instante, sentí que su mano recobraba el calor y acariciaba, como ayer, mi rostro humedecido.


AUTORA: Dulce Mª Díaz

TÍTULO: El cielo roto de Gaza

La tierra tiembla, el cielo llora,

la muerte ronda sin razón.

La historia escribe con metralla

y, el mundo mira y se desmaya.

Gaza no tiene noche

no alcanza a ver el día;

su silencio, ha aprendido a gritar

bajo las ruinas del mediodía.

Las bombas caen, el tiempo muere,

y el odio siembra su canción.

Solo el silencio cuando quiere

grita más fuerte que un cañón.

La noche en Gaza no descansa,

truena el terror sobre los techos,

niños con miedo en la garganta,

sin leche, sin luz, sin derechos.

Mares de polvo y fuego

sobre hospitales sin consuelo,

y madres, con sus hijos muertos,

gritan oraciones al cielo.

Las casas se doblan,

las manos ya no alcanzan

a tapar los ojos

ni, a abrazar a los que faltan.

Una madre grita al cielo

pero no sale voz,

solo, un terrible temblor

ante ese mundo feroz.

Gaza muere por esa bandera asesina

tras un misil, un avión o un dron.


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