Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, seducir:
Del lat. seducĕre. Conjug. c. conducir.
1. tr. Persuadir a alguien con argucias o halagos para algo, frecuentemente malo.
2. tr. Atraer físicamente a alguien con el propósito de obtener de él [o de ella] una relación sexual.
3. tr. Embargar o cautivar el ánimo a alguien.
Así pues, la definición oficial del acto de seducir nos ofrece un contenido ambiguo. Por una parte, presenta un aspecto negativo, de dudosa moral, casi podríamos decir que encierra una cierta perversidad. Me interesa subrayar el carácter de artificio, de engaño, de hecho teatral y juego simbólico que va a acompañar a la figura del seductor clásico. Desde este punto de vista, la seducción tiene mucho de puesta en escena, de representación para convencer y atraer con artimañas hacia la relación sexual.
Pero, por otra parte, la seducción encierra ese otro significado de valor positivo y deseable, “embargar o cautivar el ánimo a alguien”, que la sabiduría popular ha reconocido desde hace tiempo. Se entiende que la seducción es buena, ser seductor/a es una cualidad que denota valía, tanto en un aspecto físico –belleza, encanto–, como en un sentido psíquico –atractivo, interés, … En este último sentido, decimos que nos seduce todo aquello que es valioso y encantador, aplicado tanto a personas como a objetos. La seducción, en sentido positivo, conecta con la imaginación creadora, con el arte y con el deseo.
El punto de partida de los episodios amorosos, con bastante frecuencia, es la seducción, así que en la relación amorosa casi siempre se cuela un elemento de artificio, de falsedad y ocultamiento de la propia personalidad, del propio ser, con la intención de mostrar un aspecto más atractivo para conquistar la voluntad del sujeto amado/deseado, aunque en este artilugio no siempre hay voluntad de engaño, sino que muchas veces sólo hay deseo de aceptación.
1.- Metáforas o figuras simbólicas de la seducción.
Vamos a analizar algunas de las figuras que han sido paradigmáticas de la seducción en la cultura occidental, valiéndome de los mitos o arquetipos que nos muestra la literatura.
Podemos dividir las figuras en dos categorías: sujetos de seducción y objetos de seducción.
1.1. Sujetos de seducción:
A) Don Juan Tenorio de Zorrilla, presenta al seductor por antonomasia de la literatura occidental, también conocido como el burlador de Sevilla. Si nos fijamos bien, el incentivo que mueve a este personaje no es el amor de las mujeres que conquista, sino la exaltación de su propia vanidad, el objetivo de su seducción es publicar sus andanzas. El placer lo obtiene al fanfarronear con los amigos; lo que mueve su deseo y de donde obtiene su satisfacción es la exhibición de sus éxitos, de sus trofeos. Las mujeres son sólo el instrumento para conseguir su status, ellas nunca son protagonistas de su deseo y, por tanto, no es un amante de mujeres, para él el ejercicio amatorio es la destreza y el arte que le llevará a su verdadero objetivo: el amor a sí mismo. La pasión de Don Juan es de tipo narcisista, se ama a sí mismo como amante, se ama como seductor. El enamoramiento que produce en las mujeres le sirve para actualizar su propio enamoramiento de sí mismo, para reconocerse como el mejor.
En el engaño de este seductor no hay malicia intencionada, no se propone hacer daño a las mujeres que seduce, no las concibe como sujetos, no hay resentimiento hacia ellas, no elabora un plan de justificación fundamentado en la banalidad de las mujeres o en su veleidad, como hace el personaje de la ópera Rigoletto, o el Don Juan de Kierkegaard, del que hablaremos después. En este caso las seducidas son objetos o instrumentos para su puesta en escena, necesaria para demostrar a otros posibles seductores que él es el legítimo seductor, el que no tiene rival. Su seducción tiene más de juego infantil, de inmadurez y de irresponsabilidad que de perversidad consciente.
Como dice Magda Catalá en Reflexiones desde un cuerpo de mujer, el imperativo categórico que rige la vida amorosa del seductor es el siguiente: Ama a tantas mujeres como te sea posible. El razonamiento del seductor es que la mujer ha sido creada para ser seducida y que cuanto más difícil sea la empresa más aliciente tendrá. Así la castidad y la inocencia se entienden como una provocación, como un reto. La mujer existe sin tener conciencia de sí misma, agota su ser en ser para otro: Ella existe sin pena ni gloria; sin otra pena u otra gloria que la que le proporcione él.
B) El Don Juan de Kierkegaard. En su obra Diario del seductor, nos presenta un Don Juan, intelectual, refinado, culto y perverso. La seducción de este galán es una forma de venganza hacia todas las mujeres, a las que desprecia porque las considera esencialmente inferiores y engañosas. Cito el texto de Kierkegaard: “Aprovechándose de sus finísimas cualidades intelectuales, sabía llevar a la tentación a una muchacha de una manera maravillosa, apoderarse de su espíritu, sin querer, en el sentido estricto de la palabra, poseerla”[1].
En esta maniobra de seducción se presentan todos los caracteres opuestos al Don Juan clásico; este seductor no publica sus conquistas, ni consuma el acto amoroso, todo queda en un nivel soterrado de implícitos, no le interesa el cuerpo de su víctima sino su voluntad, su espíritu. Quiere adueñarse de su deseo y sus sentimientos, para, llegado a este punto, abandonarla. Su táctica es desplegar sus encantos y atenciones hasta estar seguro de la entrega de ella, hasta estar seguro de que ella lo sacrificaría todo por él. Y entonces, abandonarla y cortar toda relación.
En el diario podemos observar como prepara y degusta hasta los menores detalles de la seducción, dando muestras de ser un excelente conocedor de la psicología femenina. Esta tarea de doblegar la voluntad de la muchacha se convierte en una verdadera profesión, que, junto con la narración de los pormenores y las estrategias de seducción en su diario, le ocupa casi todo su tiempo. Todo debe ser hecho con método, sin dejar nada al azar, se trata de la labor de un sádico meticuloso. Y en cuanto ha conseguido que la presa caiga en la trampa, la abandona con desprecio, paladeando el dolor de la doncella vencida. Entonces ya está listo para buscar una nueva presa e iniciar una nueva cacería.
El placer de este seductor no está en disfrutar del amor de la muchacha seducida, sino del triunfo de su inteligencia para la conquista, que en cuanto se produce, le deja de interesar como tal y pasa a proporcionarle el deleite de haber poseído el símbolo de la feminidad completa a la que humilla y abandona. Su placer se instala en la sensación de poder sobre todas las mujeres a las que reduce a una identidad genérica. No ha seducido a un sujeto singular, sino a la feminidad misma.
C) Carmen de Merimée y de Bizet. La seducción de Carmen es de una naturaleza completamente diferente a la que hemos visto en los dos modelos anteriores. En este caso se trata de una mujer impulsiva, apasionada y rebelde, con un deseo enorme de apurar intensamente todas las experiencias que la vida le ofrezca.
Carmen está enamorada de la libertad y de la vida. Y no engaña a ninguno de sus amantes. Ella se muestra como es. Su fuerza y su independencia son las claves de su seducción: advierte de lo caprichoso que es el amor que viene y va sin pedirnos permiso y admite que ella está dispuesta a correr el riesgo. Se convierte, de esta manera, en una figura subversiva y transgresora del orden establecido, desafía las leyes del patriarcado, según las cuales ella debería desear la seguridad del matrimonio y no el riesgo del amor libre, característica masculina que no le corresponde.
Los hombres quedan hechizados por la pasión y el atractivo de esta mujer independiente y desean enamorarla y seducirla. Se produce una situación de trágica incoherencia: La quieren porque es libre y apasionada, pero, al mismo tiempo, desearían dominarla y someterla, cambiarla, atraparla y retenerla. Carmen no admite la imposición masculina, no se somete al deseo del amante, que representa el orden patriarcal. Y por esa negativa es asesinada. Podemos considerar esta historia como un avant la lettre de lo que llamamos hoy terrorismo machista.
Carmen se nos aparece como una heroína que defiende la libertad y la autonomía hasta la muerte, su no sometimiento a la ley patriarcal y su valor en la defensa de una vida autónoma, se nos presentan como un modelo muy interesante, y muy actual, por desgracia, en la historia de los malos tratos. Es algo así como una metáfora trágica de las mujeres asesinadas por no haberse sometido sumisamente al deseo del varón.
1.2 Objetos de seducción: Las seducidas.
A) Dido, La Eneida de Virgilio. El caso de Dido me parece bastante interesante porque representa lo terrible y destructivo que puede ser el amor cuando se lo magnifica y se le deja que anule todas las demás esferas de la vida.
Dido, reina de Cartago, al quedar viuda hace votos de castidad en honor de su difunto esposo y gobierna con inteligencia y prudencia a su pueblo, que la distingue con su afecto. La flota de Eneas, príncipe troyano, naufraga frente a sus costas y Dido decide socorrerlo, junto con sus hombres. Eneas es recibido como huésped y surge el amor entre ellos. Dido, totalmente entregada a la pasión por el troyano, rompe sus votos y recibe al extranjero como amante con el que desea unirse como esposa. Son felices durante un tiempo, pero Eneas siente que tiene una misión histórica que cumplir: fundar una ciudad, que resultará ser Roma, y se decide a abandonar a Dido para seguir con las indicaciones de los dioses. Ésta, desesperada, seducida y abandonada, decide suicidarse con la espada de Eneas y hacerse quemar en pira funeraria para que él vea el humo y comprenda el mal que le ha hecho.
Dido representa la auto anulación y la entrega hasta el sacrificio mortal por amor. La tragedia no es consecuencia del amor sino del lugar equivocado que ella le concede. También Eneas la quería y aunque sufre por la separación, no se desespera porque tiene otras expectativas en su vida. Cuando el amor es un acontecimiento importante pero no central, su pérdida produce dolor, pero éste no es insuperable. Es lamentable que Dido, que ha sido capaz de fundar una ciudad y de vengar la muerte de su esposo, de castigar a un hermano traidor y de gobernar sola a su pueblo con éxito, se sienta acabada y hundida hasta el deseo de morir, porque ha sido abandonada por su amado. Aquí es donde nos encontramos con el problema de género. Se supone que lo propio de la mujer es amar y ser amada, si no ha sabido conservar el amor de Eneas ninguna otra meta tiene sentido. Si su amante la abandona ya no puede mirarse en el espejo de su admiración. Su autoestima depende de la capacidad de atracción que ejerza sobre su amado. Si éste la deja, se queda sin valor.
B) Margarita, de Fausto de Göethe. En este relato nos encontramos con un caso de seducción en cadena, muy sugerente, Mefistófeles seduce a Fausto y éste seduce a Margarita. Las armas de la seducción que esgrime Fausto son el amor y la cultura. Margarita queda totalmente seducida por el fuego del sentimiento que le ofrece el caballero y por la sabiduría que aprecia en él y que ha despertado su deseo de saber; mientras que Mefistófeles seduce a Fausto a través de la expectativa de poder y de mundanidad con los ingredientes de la juventud y el éxito en el amor.
Son evidentes las diferencias entre lo que puede colmar el deseo del sujeto femenino y lo que colma el deseo del sujeto masculino. En el primer caso, en el núcleo mismo del deseo de la mujer se encuentra el amor romántico; en el segundo caso nos encontramos con deseos de realización personal en la esfera pública: poder, cultura, reconocimiento, etc.
La historia comienza con un duelo en el cielo entre Dios y Mefistófeles sobre la pureza y lealtad de Fausto. Mefistófeles presume de poder corromper a Fausto, prototipo de hombre bueno con afán de superación, ofreciéndole la juventud, el poder y el amor. Lo que está en juego es el alma de Fausto. Si Mefistófeles consigue que Fausto pierda su afán de superación y sea totalmente feliz, de forma mundana, hasta el punto de exclamar ante un instante “detente eres tan bello”, entonces Mefistófeles puede llevarse el alma de Fausto. Comienza entonces la seducción de Mefistófeles con una serie de tentaciones terrenales, empieza por hacerle recobrar la juventud y propicia su encuentro y seducción a Margarita, verdadera víctima de la historia. Como suele suceder, la mujer es sólo un medio, un instrumento o un artilugio para que el sujeto, en este caso Fausto, caiga o se libre de la trampa que le pone Mefistófeles. Margarita es una muchacha sencilla, bastante simple e inculta, pero con una firme convicción en sus creencias religiosas y dotada de excelentes sentimientos. No es difícil que caiga seducida ante el despliegue de las lindezas que Fausto le presenta, un hombre de mundo, culto y refinado que la deja completamente enamorada.
Ella siente el amor en consonancia con las reglas que la cultura patriarcal dicta para las mujeres, es decir, como entrega absoluta, completo olvido de sí misma y espíritu de sacrificio. Él por su parte, también siente el amor en consonancia con los dictados de la misma cultura, es decir, alegrándose y disfrutando de él, pero sin perder el norte de su vida ni su autonomía. Cuando Fausto le pide que se entregue completamente a él y que lo reciba en su casa por la noche, para consumar su unión amorosa, ella entra en una situación conflictiva entre sus convicciones y su deseo, entre el deber para su alma y el deber de agradar a su enamorado. Puede más el amor a Fausto y conciertan la cita para esa noche. Pero cuando llega Fausto el hermano de ella lo está esperando, así que luchan y Fausto lo mata. Por otra parte, Margarita, a instancias de Fausto, le había puesto un somnífero en la bebida a su madre para hacerla dormir, para que no se despertara mientras estuvieran juntos. A consecuencia de esto la madre muere. Margarita es acusada de homicidio y condenada a muerte. Fausto le pide a Mefistófeles que la salve, pero la firme voluntad de Margarita, que lo había hecho todo por amor, rechaza esa ayuda y muere siendo inocente y bendiciendo el amor de Fausto. El amor de Margarita, en definitiva, será el medio por el cual Fausto se libre de la seducción de Mefistófeles y salve su alma. En el caso de Margarita, lo que tiene valor formativo para las mujeres es la capacidad de renuncia por amor. de sacrificio hasta las últimas consecuencias. Y el valor formativo para los hombres es que ellos lo merecen todo, incluso el sacrificio hasta la muerte-
[1] Sören Kierkegaard, Diario del seductor. Ed. Fontamara, Barcelona, 1985. Pág. 11.
Añadir nuevo comentario