Procuro moverme lo más posible, caminando a todas partes, por lo que suelo entablar conversaciones con unos y otros, algunas largas, otras más cortas y en la mayoría de ellas compruebo que hay mucho negativismo. Frases como: “el mundo está loco”, “esto es un sinvivir”, “ayer estuve en el médico para repetir los medicamentos”, “me duele la espalda”, “todo está muy caro”, bla, bla, bla.
Me pregunto por qué tanta protesta, tanta queja, precisamente cuando realmente están pasando verdaderas catástrofes, tanto naturales como inventadas por la mano y la mente del hombre, por lo que me parece que deberíamos enfocar nuestra actitud en beneficio de nuestra salud y la de los demás. En el entorno que me muevo, es muy difícil valorar lo que ocurre fuera de nuestras fronteras, solo lo que nos llega a través de los medios de comunicación, de los cuales no me fio. Lo que sí es cierto, que vivimos en una región privilegiada, y si la cuidáramos, la respetáramos y la valoráramos más, gozaríamos y disfrutaríamos todos los momentos, porque de eso vivimos de “los momentos”: especiales, puntuales, buscados, disfrutados, recordados, pero sobre todo no ignoremos, no nos neguemos a ser los promotores de buscar esos momentos que nos proporcionan felicidad, pero que también dan: alegría, conocimiento, solidaridad e incluso empatía, a los demás.
Es muy satisfactorio, después de compartir con amigas, amigos o familiares, una tarde cualquiera, llena de: vivencias, actividades y cosas sencillas, que en los rostros se reflejen: la curiosidad, la sorpresa, el agradecimiento y mucha alegría. Hay quien se queda con las ganas de seguir compartiendo más y más y es entonces cuando nos damos cuenta de que estamos faltos de amor, de conversar, de cantar una canción todas juntas, de recitar, de contar historias, de leer algún fragmento de un buen libro: en alto, con entonación, con ritmo.
Valorar “estos momentos”, es imprimir en nuestro cuerpo y mente una salud envidiable, que muchas y muchos así nos verían, “envidiados”, por lo que dejo caer que todos y todas debemos ir dejando mensajes, Sí, mensajes en un banco de la plaza, dentro de un libro, en el asiento de la guagua, en la parada del tranvía, en la habitación de tu hijo o hija, en el restaurante, en el taxi, en el supermercado, en el hotel, en el avión o en el barco. ¿Qué clase de mensajes? Por supuesto, mensajes positivos, llenos de palabras bonitas como: esperanza, caridad, solidaridad, civismo, comprensión, armonía, amor.
Puede que parezca algo simple, insulso y hasta ingrato, pero ante palabras como: guerra, odio, decepción, incomprensión, ¿qué prefieren?
Hay otra palabra que deberíamos utilizar diariamente, incluso con personas que no se la merecen:
¡¡GRACIAS!!
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