Pablo Martín
Pablo Martín López

Aires nuevos habían llegado desde Tenerife, ningún funcionario quería hacerse cargo de la dirección del centro: sectarismos, choques irreconciliables, tradición e inmovilismo frente a innovación y experimentación... La Consejería había tomado cartas en el asunto, apadrinó al director; generó expectación-dudas el foráneo señalado junto a las críticas de un bando y de otro. Don José Manuel, profe de matemáticas, dilatada experiencia, hoja de servicios con distinciones cada poco.

Poco se tardó en difundir los rumores, un caudaloso torrente al que contribuyó buena parte del claustro: le encanta lo protocolario, sentido del humor rancio, despiadado con quienes manifiestan sus discrepancias con su manera de proceder, defensor a ultranza de la legalidad, arma -la ley- con la que cerraba habitualmente sus intervenciones, frustrado en sus intentos de alcanzar la santa inspección, se había refugiado con mano de hierro en este cometido...

Lo que sí dejó muy claro desde el principio fue que la duración de los preceptivos claustros sería de dos horas, él se encargaría de rellenarlos si fuera necesario; nada de acudir a su despacho sin haber solicitado por escrito, registrado en administración, la citación necesaria; tampoco entretenerlo por los pasillos por asuntos intrascendentes; la puntualidad, incuestionable, el menor retraso sería recogido, por escrito, por cualquier miembro del equipo de guardia sin dilación...

Aquel primer claustro dejó firmemente sentados los cimientos de su mandato.

A don Pedro se le había enviado la notificación a mediados de noviembre. Por entonces ya obraba en el haber de don Juan Manuel la persecución abierta de doña Inés, profesora de Inglés, de doña Carmen, miembro del departamento de Lengua castellana y Literatura, de don Fernando, profesor de Física, estrecha vigilancia a través de su grupo de acólitos. Multitud de anécdotas circulaban por los pasillos, el legalista, amable apodo con el que se referían al director, estaba al corriente de todo.

Mañana martes se personará puntual en el despacho del señor director a las 9.50 h. No se especificaba el asunto. Por más vueltas que le había dado don Pedro, no lograba hallar fisura por la que filtrar su imaginación.

Así llegó al despacho, en blanco, nervioso de pies a cabeza. Aguardó a que cesara la conversación tras la puerta. El sollozo de la compañera Carmen al salir aniquiló el instante de silencio, no alcanzó a ofrecerle ni una palabra de ánimo, la orden clara, rotunda de don Juan Manuel le conminaba a pasar de inmediato.

Parapetado detrás de su mesón, en la mano derecha un folio manuscrito a doble cara. Esto, agitó el papel con violencia, no me gusta nada, Pedro; me cabrea enormemente que un alumno llegue a este extremo. Cuéntame, al grano, ¿a qué se debe esto? He tenido que saltarme los protocolos, tanto insistió que le sugerí que detallara por escrito el asunto y aquí está, un folio a doble cara; ¿qué barrabasadas, por usar un término suave, has estado haciendo en clase? Te has comportado como un jodido novato y tú ya peinas canas.

Don Pedro in albis, más perdido que nunca, sin respuestas. Ni se atrevía a pedirle que fuera más explícito, aunque tuvo que delatarle tanto la parálisis general como la incredulidad patente en su rostro.

Ya veo que el silencio te avala, nada desmientes. Aquí no pasa nada sin que yo no me entere, me da exactamente igual lo que piense el claustro, aquí mando yo, con la ley en la mano hay que cumplirla a rajatabla; mucha limpieza necesitaba este centro. Esta alumna de 2º bachillerato B te acusa de invadir su intimidad, de bromear a su costa, de tomarte a chirigota la ruptura de su relación, de increparla  en presencia de toda la clase porque no había hecho parte de la tarea sin tener en cuenta su situación emocional, peor aún sabiendo que siempre, recalca siempre cumple con todo...

Don Pedro ya no escuchaba la sarta de insensateces, de realidades desvirtuadas que seguían manando de la boca del director, se había internado en el laberinto de imágenes, rescatadas del pasado reciente. La fragmentación, la aviesa selección de detalles hecha por la alumna lo había vapuleado, había arremetido contra uno de sus principios: intentar ayudar a cualquier alumno que lo precisase, son seres humanos antes que alumnos.

¿Me estás escuchando, Pedro? El atronador vozarrón de don Juan Manuel lo trajo de vuelta, de sopetón, a una realidad desvirtuada, retorcida y trenzada en su contra; ¿pedir la palabra?, ¿defenderse de qué?, ¿explicar el concepto del bien, la intención humanitaria a quien ya lo había juzgado y condenado? No quiero perder más tiempo con este asunto, está más que claro. Es la primera vez, espero que sea la última por tu bien, que te llamo a capítulo; te garantizo que sufrirás una estrecha vigilancia desde ahora. Ni se te ocurra continuar con esta farsa, ni con ella ni con ninguno de tus alumnos, aquí vienes a impartir clase, no eres colega ni psicólogo ni orientador ni consejero de nadie; ¿te queda claro? Si me llega otra queja del tipo que sea, te aseguro que te abro expediente disciplinario, no me va a temblar la mano. No hay más que hablar, te puedes marchar. Un leve intento de despedida quedó estrangulado en el aire viciado de aquel despacho.

Lo que nunca supo don Juan Manuel, tampoco le interesó, es que don Pedro había reflotado la vida de Laura. Desde el inicio del curso había acudido a él, primero como tutor, después como persona. Familia desestructurada, vivía con una madre que entregaba su cuidado a unos abuelos enfermos, con menguados ingresos,... Las inofensivas bromas en el aula la distanciaban del drama. La relación con Alberto, fulminante y tortuosa, había desequilibrado la estabilidad que tanto esfuerzo y compromiso había costado. Injusticias, deshumanización.

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