Hay ocasiones en las que uno se plantea el porqué de algunas cosas. ¿Por qué alguien que habitualmente escribe, como yo, un día coge un lienzo y unos pinceles para crear algo sobre ese espacio tan vertiginosamente blanco? En mi caso, es una prolongación de la escritura. Es el mismo camino en pos de la creación, pero con unos zapatos distintos.
Cuando he pensado en esbozar un mundo especialmente plástico, o explícitamente colorido, cuando esa idea se fija en mi cabeza, le doy un descanso a las palabras y cojo los colores. Porque creo que con los pinceles puedo alcanzar ese horizonte que me imagino de concretas tonalidades o de cierta textura, y que a través del lenguaje, a lo mejor, me quedaría corta…
Pintar, en mi caso, es una incursión puntual, solo movida por la curiosidad creadora y por esa cojera momentánea que me puede plantear la palabra ante una determinada idea que crezca en mi cabeza. Las ideas fluyen permanentemente. Si puedo escribirlas, lo hago. Si creo que la carga del tacto o de la vista es tan desatada que no me cabe en el verbo, entonces, y solo entonces, la intento pintar.
© Rosa Galdona
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