Las tajeas cuentan historias para quien quiera escucharlas.
Camino de agua, puente pequeño que recorriendo grandes distancias cumplía una función vital. En el breve intervalo de un tramo, las escurridizas ardillas, los erráticos pajaritos, los conejos salvajes, las cabras del monte saciaban su sed. Bendito canal que la corriente de agua ocupaba.
Cantando y retozando iba el agua; discurriendo con fuerza, salpicaba, burbujeaba, hacía pequeños remolinos por canales que cruzaban vías, que desembocaban en albercas, que empapaban la tierra cultivada.
Las tajeas aún guardan el murmullo del agua que corría presurosa en su seno y cuentan la vida de trabajo de hombres y mujeres, del sacrificio de poblados enteros, de épocas de sequía y de diluvios, de costumbres que se transformaron, de las cuenterías, las risas, los cantos y lloros de sacrificadas lavanderas, de la muchachada que corriendo por aquí y por allá se servían del cristalino líquido que serpenteando entre zarzas y rosas contribuía a los encantos del paisaje.
La Tajea nutría, comunicaba y facilitaba la vida a nuestros abuelos, por eso les invito a que cuando anden por allí, recorriendo caminos, visitando lugares de esta tierra en la que habitamos, pongan atención porque las viejas tajeas que aún están, tienen mucho que decir y cuentan historias.
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