José Luis Regojo Borrás
José Luis Regojo Borrás

Último artículo de esta temporada y fin de la etapa ‘Desde mi balcón’ en Candelaria. En septiembre, iniciaré una nueva sección literaria desde el Puerto de la Cruz.

Desde mi balcón, observo a una señora que regresa del mercado del Agricultor. De su bolsa sobresalen unas ramas de laurel. Esa imagen me transporta de inmediato a los bosques de laurisilva que conocí durante mis paseos por el Cubo de la Galga, en La Palma; el Garajonay, en La Gomera; y los senderos de Anaga, en Tenerife. Hojas verdes de un ecosistema que hoy lucha por sobrevivir.

Sigo acompañando a esa señora y a la rama de laurel que cuelga de su bolsa con la mirada. No solo me ha traído recuerdos de aquellos paseos, sino también una sombra de la tristeza: esos bosques ahora enfrentan una grave amenaza.

Entrar en un bosque de laurisilva es penetrar en una selva de nieblas. Son bosques, nacidos en la prehistoria, que deben su existencia al microclima generado por los vientos alisios, que los mantienen húmedos a todas horas. Un fenómeno que podemos encontrar no solo en las islas Canarias, sino en Madeira y en las Azores, también. 

Cuando entré en un bosque de laurisilva por primera vez, mis ciegos ojos solo vieron la belleza de esta selva misteriosa, poblada de laureles y helechos, de ramas retorcidas recubiertas de musgo y líquenes, de troncos centenarios. Era como adentrarse en un sueño. Las nubes bajas se mezclaban con el perfume de la tierra húmeda, el petricor, y el aroma de los laureles. Me sentía observado por la fauna escondida entre las ramas. Sin embargo, la amiga que me acompañaba me despertó de mi ensoñación y me hizo ver las señales de un ecosistema enfermo: hojas mustias, árboles muertos y un exceso de luz que penetraba por sus copas. «Esto se está secando», me dijo.

La laurisilva canaria, una de las últimas reliquias del bosque subtropical que cubría Europa hace millones de años, está sufriendo un alarmante retroceso que puede llevarla al colapso debido, principalmente, a dos motivos: el cambio climático y la acción del ser humano.

El cambio climático necesita de las acciones valientes que tomen los políticos, sean del partido que sean. Su responsabilidad pasa por legislar con presupuestos efectivos y con medidas eficaces de conservación para preservar estos bosques y, de esta forma, la supervivencia de nuestros descendientes. No basta con declaraciones, se necesitan acciones.           

El segundo motivo es la acción del ser humano. Esta depende exclusivamente de nosotros, residentes y turistas. Debemos de cambiar nuestros hábitos: tirar colillas, pañuelos de papel, latas y botellas de plástico al suelo… envenena el medio ambiente. Incluso el orín de los perros asusta a las aves que intentan nidificar por la zona, ahuyentándolas. De ahí la importancia de llevarlos atados y no sueltos, como ya está regulado en algunos parques naturales del sur de Francia, Cataluña y Baleares. Sin olvidar exigir a quienes nos gobiernan que prioricen la vida sobre el beneficio a corto plazo.

La supervivencia de la laurisilva está en tu mano, y no solo mediante tu voto. Tu acción diaria ayuda a que nuestros hijos e hijas puedan seguir disfrutando de la naturaleza milenaria de las selvas de nieblas que son los bosques de laurisilva. Cada pequeño gesto cuenta.

La laurisilva podrá seguir respirando si nosotros no la ahogamos. Recuerda aquella frase del ecopoeta estadounidense Gary Snyder: «la naturaleza no es un sitio para visitar, es nuestro hogar».

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