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Rosa Galdona

¿Y el siglo XX? ¿Y nuetros días? ¿Cómo escriben, cómo escribimos a la guerra?

El siglo XX nace, crece y muere manchado por dos contiendas mundiales. Lo aderezaron con ímpetu infinidad de guerras locales en distintos puntos del planeta, muchas de las cuales, a día de hoy, siguen latiendo muy vivas en todos los continentes.  Hay una famosa sentencia del filósofo alemán Theodor Adorno que considera que es “barbaric” escribir poesía después de Auschwitz. Y no le faltó razón en su momento. Pero entonces, ¿qué hacemos mientras duran las matanzas en Gaza, en Ucrania, en Siria, en Yemen…[1] Nuestro escenario vital está manchado por la sangre por las cuatro esquinas, y por eso hemos de seguir contándola. Escuchemos una de esas voces. La de Wilfred Owen:

Dulce et decorum est

Encorvados, como mendigos ancianos con el hato a cuestas,

Chocando las rodillas y tosiendo como viejas, maldecimos a través del lodo.

Logramos dar la espalda a los acechantes destellos enemigos

y emprendimos el penoso camino hacia nuestro retirado descanso.

Los hombres marchaban dormidos. Muchos iban descalzos,

pero avanzaban, cojeando, con los pies bañados en sangre.

Todos iban lisiados, todos cegados, ebrios de fatiga, sordos incluso

al silbido de los rezagados obuses 5.9 que detrás de ellos caían.

¡Gas, GAS! ¡Rápido muchachos! Torpemente, a tientas nos ponemos

justo a tiempo las incómodas máscaras,

pero uno de nosotros quedó gritando, indeciso

forcejeando, como atrapado en cal viva o en fuego...

Vagamente, a través de los vidrios empañados y una verde luz espesa

vi cómo se ahogaba hasta el fondo de un glauco mar.

En todos mis sueños, ante mi mirada impotente,

se desploma ante mí y es engullido por una cloaca, asfixiado, ahogándose.

Si también tú, en tus pesadillas, pudieras ir marcando el paso

detrás del carretón en el que lo arrojamos

y ver en su cara unos ojos blancos de angustia, retorciéndose,

su cara de ahorcado, como la de un demonio hastiado de su propio pecado;

si tú también, en cada tumbo, pudieras oír la sangre

saliendo a chorros de sus pulmones consumidos,

obscena como un cáncer, amarga como el pus

de llagas atroces e incurables en lenguas inocentes,

entonces, amigo mío, no contarías con tanto entusiasmo

a unos chicos que ansían una gloria desesperada

esa vieja Mentira: Dulce et decorum est

pro patria mori.

Wilfred Owen (1893 - 1918) fue un poeta británico reclutado a los 22 años como soldado en la Primera Guerra Mundial. Después de vivir en carne propia lo terrible del conflicto, escribió versos en los que denunció lo que realmente pasaba en las trincheras y en el campo de batalla. Así, expresó el dolor, el cansancio, el hambre y la desesperación a la que se vieron enfrentados miles de jóvenes que partieron al frente con la esperanza de convertirse en héroes. En contra del discurso patriótico que imperaba en el periodo, decidió mostrar lo cruento de una lucha que no beneficiaba a nadie. En este poema hace referencia a la famosa frase de Horacio que dice "Dulce y honroso morir por la patria", idea que circulaba durante aquella época para animar a los jóvenes a enlistarse.

En España, la guerra civil fue un hachazo del que surgió mucha poesía herida de muerte. Porque el escritor que vive y respira en ese contexto grita de diversas maneras contra el horror circundante. Y lo sigue haciendo en este primer tercio del siglo XXI que ya llevamos cabalgado. Porque la guerra no cesa. Brota como una mala hierba por todos lados. Y el poeta lo denuncia:

Bajo la luz de la luna se vieron

las hediondas aves de la muerte:

aviones, motores, buitres oscuros cuyo plumaje encierra

la destrucción de la carne que late,

la horrible muerte a pedazos que palpitan

y esa voz de las víctimas,

rota por las gargantas, que irrumpe en la ciudad como un gemido.

Todos la oímos.

Los niños han gritado.

Su voz está sonando.

¿No oís? Suena en lo oscuro.

Suena en la luz. Suena en las calles.

Todas las casas gritan.

Pasáis, y de esa ventana rota sale un grito de muerte.

Seguís. De ese hueco sin puerta

sale una sangre y grita.

Las ventanas, las puertas, las torres, los tejados

gritan, gritan. Son niños que murieron.

(Oda a los niños de Madrid muertos por la metralla, Vicente Aleixandre)

Con un brazo gris doblado sobre un rostro verde

El polvo de los carros que pasan lo cubren,

Yaciendo a la vera del camino en el lugar apropiado.

Porque ha cruzado la última visión lejana

Que nos oculta el valle de los muertos.  (Muertos de guerra, Gavin Ewart)

Briznas de paja crujiendo por doquier.

Los pedazos de vela se erigen solemnes y nos observan.

A través de la bóveda nocturna de la iglesia

Flotan gemidos, palabras ahogadas a medias.

Hay un hedor a sangre, pus, mierda y sudor.

Los vendajes supuran bajo uniformes raídos.

Manos trémulas tiemblan y los rostros se contraen.

Los cuerpos se mantienen erectos mientras las cabezas agonizan de lado hacia abajo.

A lo lejos la batalla truena siniestra.  (Hospital militar - Wilhelm Klemm)

En «Las barricadas de París, de Haussmann a Mayo del 68: una aproximación poética y sociológica»[2], Ángel Clemente Escobar estudia la poética del París insurrecto y su concreción en las representaciones literarias de Mayo del 68, en concreto todo lo relacionado con un elemento constructivo revolucionario como es la barricada, su recorrido histórico y cuáles son sus principales características significativas desde el punto de vista de la poética del imaginario y la semiología del espacio urbano, para posteriormente abordar el desarrollo de las barricadas de Mayo del 68.

La guerra nos acompaña como especie desde que empezamos a caminar sobre dos piernas. Desde siempre, por cuestiones de dominio territorial, de rivalidad entre tribus, de imposición religiosa, de acaparación de recursos, de prestigio o supremacía…  Siempre hemos tenido la tentación de dominar al otro. Somos así. Digamos que el conflicto es consustancial a la especie humana. Por eso, algo tan humano también como el arte, la necesidad de crear y recrear nuestro mundo a través de la música, la pintura o la palabra la tiene entre sus tópicos más frecuentes, entre sus temas más abordados.

Hablar de la guerra. Llorar por la guerra. Gritar por la guerra. La poesía nos abre una ventana gigantesca, desde hace mucho tiempo, para que podamos tallar, dibujar o enfangar la imagen de la guerra… ¡No dejemos que esa ventana se cierre! Por Ucrania, por Palestina, por Siria, por Etiopía, por Yemen, por Líbano... Según el diario El País (21 de mayo de 2025), el año 2025 recibe un mundo en guerra con 56 conflictos y guerras activas. Es para hacérnoslo mirar. Porque el llanto no basta.

Imagen creada con IA

Ahora que suenan las sirenas,

no recuerdo ni cómo me llamo.

Sé que estoy bajo tierra,

viva, pero como cal viva,

muerta de pavor.

Ahora que la pólvora hace hogueras

de niños crudos

y que la sangre de mi hermano

es el desagüe de mi boca,

ahora que esos cuervos metálicos

me tienen aquí sepultada en mí misma,

me trago las manos que me han salvado,

me aprieto la cintura con las bocas asediadas,

con los ojos ateridos

y me rindo.

No puedo más.

Que paren las bombas de reventar cráneos,

de desmantelar amparos y regazos.

Que paren porque no puedo más.

Que paren de romper madrigueras,

de pintar estadísticas de trincheras descalzas,

de lisiar almas con el látigo de Caín.

Que paren porque no puedo más. ©Rosa Galdona.


[1] “El Índice de Paz Global, que año a año publica el Instituto para la Economía y la Paz (IEP, por sus siglas en inglés), se ha convertido en la última década en un termómetro de la guerra y la actitud confrontacional en la que se encuentra medio mundo. De acuerdo con la organización con sede en Australia, alrededor del planeta se encuentran 56 conflictos armados activos, una cifra que no se veía desde la Segunda Guerra Mundial”. Información obtenida en El País (Hugo Mario Cardenas, 5 de ene de 2025.

[2] Angel Clemente Escobar, Las barricadas de París. De Haussmann a Mayo del 68: una aproximación poética y sociológica. Incluido en Guerra y violencia en la literatura y en la historia: Seminario Interdisciplinar de Historia y Literatura / coord. por Fernando Carmona Fernández, José Miguel García Cano, José Javier Martínez García, Universidad de Murcia, 2018.

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