NUEVA SECCIÓN
LA CENSURA MORAL EN LA CULTURA
EL VERDADERO AMIGO ES UN BUEN LIBRO
Puede que Cultura solo sea el conjunto de características que definen a una determinada comunidad humana, ¡que no es poco! Las tradiciones, leyes y normas, junto a la manera de observarse a sí mismo, y, por supuesto, de comunicarse con el entorno. La religión, la moral, las artes, el protocolo, la ley, la historia y la economía de un determinado grupo, el tratamiento del lenguaje, hasta la forma de cortejar, ¡todo! lo que sea creado por el humano en un determinado entorno puede ser entendido como cultura.
En síntesis, cultura será el modo propio del ser humano de relacionarse con el mundo, con la naturaleza, con los otros, hasta con sus enemigos y los que no piensan y hacen como ellos; desde luego consigo mismo, en su diálogo interior y la idea que de sí tenga respecto a la globalidad. Los cinco sentidos físicos nos ayudan a ser parte activa en las relaciones. Porque siempre nos relacionamos con el mundo, con la manera que miramos, cocinamos, comemos, nos vestimos, cómo sentimos el dolor y la muerte, como actuamos ante lo que nos sorprende, hasta cómo evaluamos no solo el arte, sino a los otros. Tengamos en cuenta que aunque la cultura tiene infinitas maneras de manifestarse, en realidad se trata de un corpus intangible porque se impregna de manera silenciosa en todos aquellos con quienes convivimos. Pero como ahora vivimos en una aldea global, la cultura propia se ve entremezclada e interrelacionada con otras culturas ajenas y distantes, ya que la sociedad nuestra no está marcada por una geografía delimitada, sino que es eminentemente receptora de influencias. Y aunque haya afinidades entre individuos y grupos por parecidos gustos, también reciben influencias de ideologías ajenas, modas importadas, corrientes de información transnacionales, etc., más ahora en la era digital y de la IA. Y los conflictos pueden surgir en las relaciones entre miembros de una cultura cuando le han influido modelos de otras culturas. Pero lo que entendemos por censura es transversal a todas las culturas, la historia nos lo dice, aunque se muestren de maneras distintas.
Y la censura moral, si se entiende como una expresión de las actitudes humanas reservadas al poder, entra en el territorio de la cultura con doble rostro social: 1º) cuando pretende beneficiar y hacer presente a quien censura y 2º) cuando margina y lanza al ostracismo (y la culpa) a quienes son censurados. La CENSURA MORAL es universal y tiene un carácter transversal porque toca, en mayor o menor medida, los otros pilares de la censura, sea la política, militar, religiosa o corporativa, incluso la lingüística… La censura moral es la más sutil de todas las censuras. Porque se ejerce con un bisturí tan intangible e invisible como el valor de toda obra artística. Aquí habría que distinguir entre censura y crítica (de las obras artísticas), ya que la crítica se debe hacer desde el punto de mira estético, y siempre que la crítica no esté teñida por un sesgo ideológico, porque ese aspecto descalificaría al crítico de arte. Un gran ácrata o revolucionario del arte contemporáneo, Marcel Duchamp, cubista e iniciador del arte conceptual con su urinario expuesto en 1917 en EEUU, decía que el arte es la expresión del alma que desea ser escuchada, y que el arte o te apasiona o te horroriza, pero nunca te deja indiferente. Por eso, el arte siempre estará sujeto a crítica. Ese aspecto es uno de los pilares del arte, que apasiona o bien horroriza a quien lo contempla. Aclaro conceptos, cuando dije ácrata; ácrata implica ausencia de coerción social; no es la anarquía: ausencia de gobierno o Estado. Parecen sinónimos pero no lo son. Normalmente, no siempre, entre artistas se da la visión ácrata, es decir que no permiten que se fuerce su voluntad o creatividad. Recordemos la controversia del plátano. Se trata de la obra titulada Comedian, de Maurizio Cattelan, obra de la que más se habló en una reciente edición de Art Basel de Miami Beach, donde se exhibía en el estand de la galería Perrotin: un plátano pegado a la pared con una cinta adhesiva, cuyo precio era de 120.000 dólares; además ha sido comido varias veces. La obra fue donada a la institución por un donante anónimo. Pero luego, ¡hubo más noticias!: ¡El plátano de Cattelan se va al Guggenheim!, contó alegre la galería Perrotin en su cuenta de Instagram. El director del Guggenheim, Richard Armstrong, declaró en el New York Times, estamos agradecidos de recibir esta donación, una demostración más de la hábil conexión del artista con la historia del arte moderno. El arte apasiona u horroriza como decía Duchamp; así igual con el inodoro del mismo Cattelan, un wáter de oro, de 5 millones de dólares robado en el Museo Guggenheim y que no ha aparecido todavía… Aunque inodoro y plátanos aparte, creo que la supuesta cosa estética se pasa de rosca cuando el artista envasa su mierda en una lata y la vende, como en el caso de Piero Manzoni quien, desde su arte conceptual o se reía del mundo artístico y los inversores museísticos o estaba empeñado en revolucionar las estructuras artísticas capitalistas. Manzoni, en el 2007, llegó a subastar su mierda en 124.000€, aunque ya había creado Aliento de artista, Fiato d’artista, Sangre de artista, Sangue d’artista, y alguna otra lindura artística que hizo antes de dejar este mundo a los 29 años. Claro está, la materia fecal fermentaba debido a las bacterias mesófilas, emitían gases (metano, hidrógeno y dióxido de carbono), y las latas carísimas acabaron explosionando…
Nada, en el territorio humano, y en el de la cultura y el arte, está ni ha estado nunca exento de los niveles clásicos de la crítica, o plácemes, especializada sujeta a los gustos estéticos del momento; pero, tampoco, cualquier hecho de creación ha estado nunca libre de censuras castradoras producto de las motivaciones y circunstancias del entorno social en el que se producen. ¿Qué pasó con la magnífica escultura titulada Fecundidad, del gran artista tinerfeño Francisco Borges Salas? Que fue tachada de inmoral por las autoridades franquistas, retirada y escondida durante veinte años en los almacenes municipales hasta que fue repuesta a la fuente central del parque García Sanabria, su ubicación original. Y eso ocurría mientras su autor se había autoexiliado a Venezuela en 1941. En una entrevista al periódico El Día, en 1992, declaraba, desilusionado que (el arte) Me pareció un mundo ideal, la panacea. Usted cree que si yo hubiese tenido conciencia clara de mis cosas en esa época, yo me meto en ese tinglado, porque es una vida que además de idiota, está llena de vanidades y no tiene ningún porvenir. El arte siempre ha sido ingrato. Lo que pasa es que una vez estás dentro resulta difícil cambiar de profesión. ¿Y qué haces?
Por tanto la censura moral, en algunos momentos adopta el rostro de política, en otros de censura religiosa o corporativa, en otras económica… Pero la censura moral es como el comodín en una partida de póker, encaja en cualquier baza. Porque lo que pretenderá la censura moral,
¡siempre!, es ganar la partida. Un gran ejemplo incuestionable hoy día es… ¡el macartismo! Como se sabe, el término macartismo se utiliza para señalar las acusaciones de deslealtad a una nación. En los años cincuenta de mil novecientos el senador de EEUU Joseph McCarthy puso en marcha el proceso de declaraciones y acusaciones (¡muchísimas eran falsas o sin fundamentos!) contra ciudadanos estadounidenses acusándoles de subversivos, comunistas y de ser traidores a la patria. Se produjo una auténtica caza de brujas como el dramaturgo A. Miller quiso simbolizar en su pieza teatral Las brujas de Salem, donde hace referencia a los tremendos acontecimientos ocurridos en enero de 1692 en la localidad de Salem, Massachusetts, donde sin ninguna prueba, con testimonios arrancados bajo tortura, fueron condenadas cerca de 200 mujeres y 20 murieron ahorcadas, algunas de ellas adolescentes. Como paralelismo, trescientos años después, el comité depurador del senador Marcarthy decía que actuaba en nombre de la seguridad del estado, pero en realidad su grupo pretendía acabar con los derechos civiles. Hay ahora mismo una miniserie titulada Felow travellers (Compañeros de ruta) que está en varias plataformas (la he visto en Showtime) y que muestra el nivel de paranoia que se vivió en la época no solo entre los que eran acusados por su posible tendencia política, sino por su pronunciamiento sexual. Ambas censuras de los años cincuenta se recuerdan como el terror rojo y el terror lila (comunista, uno, y ese otro terror contra personas LGBT, lavender scare, terror lila). Arruinaron moralmente y crematísticamente las vidas de numerosos artistas e intelectuales. Muchos se autoexiliaron, otros ingresaron en cárceles, y algunos se suicidaron Nombremos solo a personalidades que fueron acusadas, Bertolt Brecht (que, en cuanto pudo, se marchó a Europa); los intérpretes Humphrey Bogart, Lauren Bacall, Gregory Peck, Katherine Hepburn, Kirk Douglas, Burt Lancaster (gran defensor de los disidentes sociales y el LGBT); Gene Kelly, John Huston, Orson Welles, el propio Thomas Mann, Fran Sinatra, Charles Chaplin (cuando le preguntaron por qué dice camaradas en una película, dijo porque sus compañeros de trabajo eran camaradas); Los diez de Hollywood (Dalton Trumbo, guionista, se exilió a México y nunca pudo firmar con su nombre las películas)… Pero sí que hubo quienes por motivos morales y fidelidad nacional, declararon en contra de personas concretas, delatándolos, con discursos anticomunistas, como Gary Cooper (¡qué pena!), Ronald Reagan (actor que luego sería presidente del país), Robert Taylor, el gran director Elia Kazan (¡otro que da pena!, que fue el introductor con Lee Strasberg del Actors Studio o método de Stanislavski, en EEUU), Walt Disney, Cecil B. de Mille… ¡Llegaron a actuar como chivatos de sus compañeros de profesión, porque se lo dictaba su moralidad, o el miedo…! Más de 30.000 libros se retiraron de librerías y bibliotecas… ¿Recuerdan a Ray Bradbury y la quema pública de libros en Fahrenheit 451, título de su novela y posterior película? Bradbury abominaba de los aparatos de televisión (ya desde los años cincuenta) porque, decía que ocupan los hogares y hacen que las personas pierdan la conciencia de sí y no tengan tiempo para pensar, ni para darse cuenta de quiénes son las personas con las que conviven. Bradbury respetaba las bibliotecas y decía que más que la imagen, el verdadero amigo era un buen libro.
Y claro, la moralidad social puede ser influida de muchas maneras hasta que afecta a todos los campos de la sociedad. Recuerden la magnífica película de Griffith, con muchísimos aciertos técnicos, titulada El nacimiento de una nación, un film racista de 1915 en la que el KKK es el protagonista y es exaltado a la categoría moral de héroe nacional. Por primera vez ahí se muestra un lenguaje fílmico de altura, se incorporaba una buena ambientación, la fotografía es impecable, y los actores interpretaban realmente. Pero el contenido es absolutamente racista. A partir de la película de Griffth los linchamientos y asesinatos de las gentes de color, se centuplicaron… Ahora también se puede ver en las plataformas, la película basada en la vida del pianista de color Don Shirley, titulada Green Book. La historia de un gran pianista que es rebajado constantemente por su color de piel…
Pero, aceptémoslo, no existe hoy día casi ningún tipo de crítica tan aséptica que no contenga en su posición elementos ideológicos fuera del estrictamente estético. Porque al ser transversal el cúmulo de influencias de todos los territorios de la opinión humana, se contaminan las supuestas críticas objetivas, sanas, con muchos de los flecos o miasmas de la censura. Es decir, quienes ponen en práctica una censura moral dicen hacerlo por el bien mayor de la comunidad que afirman representar, aunque se sabe, tarde o temprano, que estarán sosteniendo condiciones ideológicas, religiosas o corporativas, en fin, de poder...
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