Siempre me encantó pintar. Bueno, seamos sinceros, pintar, escribir, bailar, y cientos de cosas más. Mi abuela me llamaba "Culo inquieto", y mi pareja me decía que era aprendiz de todo y maestra de nada. A día de hoy creo que los dos tenían razón, pero... que me quiten lo bailado.
Hice en su momento algún curso de dibujo, siempre pensando en poder aplicarlo el día que aprendiera a pintar, pero la vida tenía otros planes para mí. Con el paso de los años y la imposibilidad de realizar los cursos necesarios para adquirir técnica, a veces por falta de tiempo y otras de dinero, esa ilusión se fue quedando atrás postergándola para cuando me jubilara.
Pero un día me lie la manta a la cabeza y me fui al chino, compré un lienzo en blanco, algunos pinceles y media docena de tubos de pintura acrílica. Quería probar a pintar para comprobar si realmente se me daba algo. Para mi sorpresa, la tarde siguiente ya lucían una cala en ese lienzo. La Navidad siguiente mi hija me surtió de material adecuado y me animó a seguir intentándolo. Le hice caso (ella es una mujer muy inteligente y siempre intento seguir sus acertados consejos). Poco a poco otras flores se perfilaron en mis borradores, los mismos que les dejo hoy aquí porque me encanta compartir mis pequeñas locuras.
Más tarde hice algunos cuadros para regalar a la familia y seguí adelante pintando las portadas e ilustraciones de algunos de mis libros. ¡Atrevida que es una!
La portada de este número está dedicada a mis compañeras del folclore, se llama "Bailadora anónima", y he querido compartirla este mes por acercarse el Día de Canarias como un homenaje a todas y cada una de las mujeres que transmiten un legado cultural como son los bailes tradicionales canarios.
Ahora, que estoy por fin jubilada, ya no tengo excusas para seguir practicando y aprendiendo. Ojalá llegue a dominar los pinceles algún día. De momento, solo pedirles que sean magnánimos conmigo y me disculpen por el atrevimiento.
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