El pasado día 30 de abril, los socios de ACTE (Asociación Cultural Canaria de Escritores/as) celebramos un encuentro abierto de convivencia en la Biblioteca Pública del Estado en Las Palmas de Gran Canaria. En un ambiente de buenas intenciones y hermanamiento, gran parte de los asistentes pudieron expresar sus inquietudes literarias, libros publicados y expresiones poéticas.
En dicho encuentro tuve la oportunidad de hablar sobre Literatura y emociones en un formato de microconferencia de 15 minutos. Con este artículo pretendo hacerles llegar un contenido más extenso, profundizando en la importancia e influencia de las emociones en las personas que tienen la voluntad de leer o escribir.
Para quienes escribimos —o anhelamos escribir—, esta frase no es solo una cita: es una verdad íntima. Porque escribir no es un simple acto técnico. Es una forma de estar en el mundo. Una manera de comprendernos, de dar forma a lo que sentimos, y de compartirlo con otros.
Desde mi experiencia como coach en gestión emocional y mindfulness, pero también como amante profundo de la palabra, quiero hablar del punto donde se cruzan la emoción y la literatura. Ese lugar donde el silencio encuentra voz. Donde la palabra no se usa para describir, sino para habitar. Y donde el acto de escribir deja de ser una técnica para convertirse en un encuentro.
Cada texto nace de una emoción. A veces de la alegría, otras veces del desconcierto, la nostalgia, la ternura o la rabia. Escribir, muchas veces, es el intento de poner nombre a lo que sentimos. Y ofrecerlo al mundo transformado en lenguaje. No es casual que tantos comienzos literarios nazcan de un desgarro, de un momento de revelación o de una pregunta sin respuesta.
Desde el mindfulness aprendemos a estar presentes con nuestras emociones. A no juzgarlas ni evitarlas. Esa misma actitud de presencia es clave al momento de escribir. Porque cuando nos damos ese permiso, la escritura nace desde un lugar auténtico, con voz verdadera. Y esa verdad, aunque sea sencilla, resuena. Nos alcanza.
Escribir desde la emoción no es lo mismo que escribir sobre la emoción. La diferencia es sutil, pero esencial. No se trata de describir una emoción desde fuera, sino de habitarla, de escribir desde ella. Dejar que sea ella la que tome la palabra.
Escribir es, muchas veces, un acto de valentía. Quienes escriben conocen bien el miedo, el bloqueo, la autocrítica feroz. Esos momentos en los que uno se sienta frente a la hoja en blanco y escucha una voz que dice: “Esto no sirve. No sé hacerlo. Nadie querrá leer esto.”
Pero esas emociones no son enemigas: son parte del camino. Desde la gestión emocional aprendemos que no se trata de eliminarlas, sino de integrarlas. De reconocerlas, darles lugar, y seguir escribiendo igual.
Una práctica sencilla que propongo a quienes acompaño es esta:
Antes de escribir, cierra los ojos. Respira. Pregúntate:
¿Qué emoción me habita hoy? ¿Y qué quiere decirme?
No se trata de escribir solo sobre lo que duele, sino desde lo que se siente. Porque incluso la emoción más sutil —un matiz de ternura, un leve desconcierto— puede ser el germen de una historia.
Y cuando escribimos desde ahí, nuestras palabras tienen cuerpo. Tienen raíz. Tienen alma.
Si escribir es una forma de expresión, leer es una forma de conexión emocional. La lectura no es un ejercicio intelectual, es una experiencia sensorial y emocional. Nos abre puertas que a veces ni sabíamos que estaban cerradas.
Leer con conciencia amplía nuestra capacidad de sentir y nombrar nuestras emociones como escritores. Es un acto de apertura y resonancia. Nos permite ser tocados por las emociones de otros, y reconocernos en ellas. Cuando leemos con atención plena, como propone el mindfulness, no solo comprendemos mejor los textos, sino que comprendemos mejor nuestra propia capacidad de empatía.La lectura consciente también nos devuelve la pausa. En un mundo que premia la velocidad, leer lentamente, saboreando las palabras, es un acto revolucionario. Un acto de escucha.
Una idea que comparto especialmente con quienes se inician en la escritura es esta:
Tus emociones no son un obstáculo para escribir. Son tu materia prima.
No escribimos a pesar de nuestras emociones. Escribimos con ellas, a través de ellas. Y en ese sentido, el escritor no es solo un narrador, sino un cuidador de lo que siente y de lo que transmite. Alguien que se hace responsable del impacto emocional de sus palabras.
Cultivar nuestra vida interior es afinar el instrumento con el que escribimos. Porque escribir no es solo comunicar: es cuidar. Cuidar lo que sentimos. Cuidar cómo lo expresamos. Cuidar cómo eso llega al otro.
Esa es la ética del escritor emocionalmente consciente. No se trata de escribir para agradar. Se trata de escribir con presencia. Con honestidad. Con compasión.
Te invito a escribir desde la presencia. A respirar antes de cada palabra. A no temerle a lo que sientes. Porque lo que nace desde la verdad emocional tiene una fuerza que transforma. Y no solo transforma al lector. Te transforma a ti.
Escribir con conciencia es convertir cada palabra en un acto de conexión. Es estar disponibles para escuchar lo que surge desde adentro, sin censura ni prisa. Es honrar lo que sentimos dándole forma, dándole voz, dándole vuelo.
Es también un gesto de humildad: saber que no todo lo que escribimos será perfecto, pero sí puede ser verdadero. Que no necesitamos adornar lo que sentimos, sino permitirle aparecer tal como es.
Cuando escribimos con conciencia, no escribimos para demostrar. Escribimos para compartir. Y esa diferencia lo cambia todo.
Gracias por acompañarme en este viaje hacia el corazón de la escritura. Que cada palabra escrita sea un reflejo sincero de nuestras emociones más profundas.
SansofíCoaching
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