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Rosa Galdona

 

 

 

 

 

La mujer es capaz de todos los sacrificios ... condición

que la hace especialmente apta para la crianza y

educación de los hijos, así como para el arreglo

y el gobierno del hogar.

            (Sección Femenina de Falange, Cursos de Hogar)

 

 

No permitiré que una mujer ... tenga autoridad

sobre el hombre, sino que se mantenga en silencio.

Porque Adán fue creado primero, luego Eva.

                                                                       (Timoteo, 1, 2:11-13) 

                                                                                     

 

El régimen dictatorial que sobrevino en España tras la guerra civil supuso un aniquilamiento generalizado de las libertades del que la mujer no quedó al margen. Eliminado el "libertinaje" que había conducido a la Patria, antes y durante la República, a niveles insoportables de degeneración, de anarquismo y "vida fácil", se proclama tras la victoria del Alzamiento Nacional la hora de la regeneración histórica. "Nada de lo que se practicaba hace tres años -se lee en un periódico de la época- es ya posible, es un estilo que se suicidó con el arma de su propia indecencia"[1]. El mismísimo General Franco continuaba insistiendo en la idea casi tres décadas más tarde, al afirmar que "[l]a España de 1936, regida por una República en la que nadie creía, sino como puente de transición hacia el caos o hacia la dictadura comunista, era una España en trance de agonía"[2].

     Esa labor de recuperación moral que parecía pedir el país tenía como condición indispensable el retorno del ángel femenino a su hogar, como garantía de que las aguas de la Historia volverían a su cauce. Se trataba de que acabaran para la mujer los sueños de cualquier tipo de independencia que hiciera peligrar el añorado Orden tradicional. La recuperación del rol de sumisión y recogimiento hogareño para la mujer era, sin duda, la condición sine qua non para la continuidad del hombre en su papel de hegemonía familiar y social, como jefe económico y moral del núcleo doméstico y como salvador de los más convencionales cánones de la ética y la moralidad.

     A partir de ese momento la mujer deja de ser tenida en cuenta como eslabón socialmente productivo o como individuo con capacidades y libertades al margen del varón. Su existencia pasa a ser considerada como un simple instrumento de gestación y (re)producción, tanto en lo que respecta a su condición biológica como en lo concerniente a la repetición de determinados esquemas de conducta en la educación de su descendencia. No debe haber nada más importante para ella que la obligación de crear una familia y de (pro)crear "los hijos que haga falta" para mayor gloria de la Patria, educándolos en la obediencia y en la conservación impoluta del "ejemplo" para venideras generaciones.

     La reconstrucción de España estaba en marcha y era necesario ubicar todas las piezas del engranaje -incluida la mujer- en su lugar correspondiente. Para la consecución del objetivo, se organizó desde la oficialidad la imposición de un modelo de mujer en el que hubo de mirarse toda española que se considerara honesta y digna de respeto en sociedad. Pero, evidentemente, fue un modelo de mujer construido sobre la hipocresía y el acatamiento ciego a las doctrinas morales del Estado y que sorprende aún hoy por su patético intento de resucitar las facetas más pasivas, abnegadas y serviles de lo que en aquel momento se entendió como "mujer española".

     El instrumento quizá más conocido en el ejercicio de tan patriótico cometido fue la Sección Femenina de Falange, todo un entramado político-educativo al servicio del Régimen cuya misión consistía en instruir a las jóvenes para el "correcto acatamiento" de su destino de esposas y madres. Ello significó, sin duda, un gigantesco salto al pasado en el que las libertades civiles sufrieron, aun en el mejor de los casos, un alarmante recorte. Pero, sobre todo, representó para la mujer un retroceso imperdonable en su ardua lucha por la consecución de la igualdad de derechos con el hombre.

     Con anterioridad al Alzamiento Nacional, la legislación de la II República había supuesto para la mujer conquistas históricas tales como la equiparación legal entre hijos legítimos e ilegítimos, la investigación de la paternidad, la promulgación de la Ley del Divorcio en marzo de 1932 o la concesión del derecho al voto en el año 1931, por citar sólo algunos de los ejemplos más notorios[3]. Y todo ello sin olvidar que en diciembre de 1936 -ya en plena guerra civil- “la Generalitat de Catalunya llegó a regular el reconocimiento del derecho de la mujer al aborto voluntario e incorporó la interrupción artificial del embarazo en el servicio sanitario"[4].       

     El golpe militar del año 36, sin embargo, conmocionó la vida nacional con una contundencia que eliminó cualquier vínculo con el "corrupto" pasado. Ello se tradujo en el aniquilamiento inmediato de estos y otros muchos avances sociales, por ser vistos como una amenaza en la construcción de una España renovada y "ejemplar". En lo concerniente a la mujer, no entraba en los planes del nuevo Estado facilitarle un escape pecaminoso o deshonesto a sus sagradas obligaciones familiares. La organización educativa nacional se puso en su totalidad al servicio de los ideales del Régimen y la función que las españolas debían desempeñar en esa estructura fue meticulosamente planeada.     

     Una de las primeras medidas tomadas en esa línea fue el Decreto de 23 de septiembre de 1936 que prohibió taxativamente la coeducación de ambos sexos. Pero era sólo el principio. Una Orden ministerial fechada el 1 de mayo de 1939, nos recuerda Inmaculada Pastor, insiste en la condena de aquel modelo educativo conjunto practicado durante la República tachándolo de "antipedagógico y contrario a los principios del Glorioso Movimiento Nacional". Lo que estaba teniendo lugar, según esta autora, era "la institucionalización legislativa de un trato diferente entre niños y niñas en la escuela, tanto a nivel de contenidos como de método", que constituía, además, la prueba irrefutable de una voluntad discriminadora por parte del poder [basada] en el supuesto de que existen unas diferencias cualitativas "naturales" entre los sexos y, puesto que las facultades intelectivas de la mujer son inferiores a las del hombre, es conveniente también limitar su instrucción[5].

     Pero esa voluntad discriminadora no quedaba circunscrita al ámbito educativo. Por el contrario, se extendió a todos los ámbitos de la vida femenina, hasta el punto de instaurarse como “normal” la inferioridad de derechos, tanto como la desigual consideración ante la ley. Rafael Torres nos recuerda, en este sentido, que la Segunda República había suprimido el delito de adulterio por considerarlo, más que un delito, una conducta perteneciente a la esfera privada de las personas. El franquismo, sin embargo, exhumó el delito que ya había contemplado el Código Penal de 1928, pero añadiendo la locura de permitir al marido que matara a su mujer adúltera y a su acompañante si los pillaba con las manos en la masa, doble crimen que se castigaba, de manera casi testimonial, con unos meses de destierro. Con los años se suprimió esa “licencia para matar” para los vengadores de su honra, pero se mantuvo la profunda discriminación de la ley en los artículos 449 y 452 del Código: si por una sola vez yace con varón que no sea su marido, la mujer comete adulterio, en tanto que el hombre casado debe convivir con otra mujer para acreditarle como delincuente [6].

     La restauración moral de la Nación tuvo como uno de sus pilares básicos una escrupulosa educación de la mujer, dirigida a hacer de ella la salvaguarda y la (re)productora incondicional de sus valores. Fue una formación muy limitada y movida por unos intereses totalitarios, cuya consecuencia más inmediata fue una anulación de la personalidad femenina, cercenada por la imposición fraudulenta de un modelo sexual que la falseaba, pero al que debía someterse para no rebasar los límites sociales del decoro y la honestidad.

     Ese modelo femenino convencional fue construido, a su vez, sobre tres vertientes complementarias en la perpetuación de la subalternidad femenina:

  1. La legitimación de la obediencia al esposo.
  2. La devoción por el sagrado destino de la maternidad
  3.  El culto religioso como consagración de la servidumbre de su naturaleza.

    Dictadas desde el ámbito público de lo político y lo religioso, se trata de tres vértices perfectamente ensamblados de la misma impostura, de una anulación femenina que se recrea a sí misma en favor de la legitimación de los intereses del Estado y de la que vamos a rastrear las múltiples caras con que se viste en la literatura. Pero son, además, tres variaciones de una misma claudicación de la mujer ante las consignas reaccionarias del Estado que se sostienen, y aún se fortalecen, desde el mismo seno doméstico.         

     En este sentido, presenta una singular trascendencia el protagonismo eventual que cobran, en ocasiones, la tía, la madrastra, la abuela o incluso la hija primogénita de muchas familias. Ello es así porque desde el anonimato y la irrelevancia de su rol habitual en el hogar, la repentina ausencia del padre, de la madre o de ambos, hace recaer sobre ellas la responsabilidad de educar a sus descendientes, sobrinos o hermanos menores en el respeto a las tradiciones y en la preservación del honor, de la honestidad y del buen nombre de la familia.

     Cuando tales circunstancias tienen lugar, el decisivo cometido social al que se ven abocadas desde el restringido dominio de su hogar -en defensa de los valores tradicionales de la sociedad- supone la prueba acaso más evidente del triunfo de esos valores tradicionales sobre la identidad de la mujer. Porque estas guardianas transitorias del Orden establecido, como tantas otras mujeres, encarnan a la perfección la vigilancia y la represión moral, impuestas como norma de conducta en la posguerra, de las que previamente han sido víctimas en su propia juventud.

     A la sombra de su imperio doméstico, esas acotadas voluntades femeninas han realizado un inapreciable servicio a la difusión de los valores más ancestrales, puritanos y reaccionarios de la sociedad. Bajo su dirección se han formado para el matrimonio infinidad de jovencitas, adiestradas en el sometimiento ciego a la tradición, al padre y al esposo, así como en la (re)creación incansable del modelo a través de la educación de sus propias hijas.

     En la voluntad, en la abnegada obediencia y en la impuesta nulidad social de todas estas mujeres se materializa, de manera irrepetible, esa ficción femenina de servicio al hombre y a la sociedad sobre la que se construyó la moral conservadora de la España de hace tan solo unas décadas. En ellas se ensambló a la perfección la imposición pública de un modelo de moralidad con el adoctrinamiento privado y familiar de este, que hizo posible esculpir en cada mujer a la esposa ejemplar y legítimamente sometida al esposo, a la madre abnegada y venerada y a la perenne inquilina de rezos y altares, convencida sin resquicios de la maldad, debilidad y servidumbre de su propia naturaleza.

 

          [1]       Destino, 5 de agosto de 1939. Destino fue un semanario fundado en Burgos en 1937, durante la guerra civil española, que reunió a la intelectualidad catalana afín al bando sublevado. El nombre del semanario hace referencia a la frase de José Antonio Primo de Rivera “España, unidad de destino en lo universal”.

        [2]          Declaraciones pertenecientes al Discurso de Presentación de la Ley Orgánica del Estado, pronunciado en las Cortes Españolas el 22 de noviembre de 1966, incluidas en la obra Pensamiento Político de Franco. Antología, Madrid, Ediciones del Movimiento, 1975, pág. 59.

         [3]           Revelador en este sentido resulta el estudio de Mary Nash que lleva por título Mujer, Familia y Trabajo en España, 1875-1936 (Barcelona, Anthropos, 1983), un certero repaso a la Historia que abarca desde el último tercio del pasado siglo hasta el comienzo de la guerra civil y que ilustra con documentos de la época la evolución socio-política de la situación de la mujer en nuestro país. Igualmente relevante es la información ofrecida por Inmaculada Pastor en La educación femenina en la postguerra (1939-1945) (Madrid, Instituto de la Mujer, 1984), un trabajo concienzudo que revisa la estructura funcional e ideológica de la educación femenina en los años posteriores a la guerra, sin olvidar el aparato legislativo puesto en marcha para la ocasión, como argumento de soporte institucional.

        [4]           Información ofrecida por Mary Nash en la obra de VV.AA. titulada Textos para la Historia de la mujeres en España, Madrid, Cátedra, 1994, pág. 379.

        [5]           Inmaculada Pastor, La educatión femenina en la postguerra, Madrid, Miniaterio de Cultura, Instituto de la Mujer, 1984, pág. 47.

       [6]          Rafael Torres, La vida amorosa en tiempos de Franco, Madrid, Temas de Hoy, 1996, pág. 112.