Hace un tiempo, visité una de las muchas páginas de Facebook que hablan de la belleza de las islas. En uno de los artículos, ensalzando una de nuestras playas, apareció un comentario basura o ‘spam’. El típico mensaje que ofrece ofertas de empleo engañosas o falsas para conseguir tus datos personales o dinero. El perfil de la persona que lo publicó mostraba una foto de una mujer rubia, aunque el nombre sonaba ‘africano’.
Algunos lectores comentaron lo inapropiado de ese comentario-oferta que no tenía nada que ver con la foto de la playa, de forma correcta y educada. En mi caso, lo denuncié a los administradores de la página. Sin embargo, entre todos los comentarios, me sorprendió y molestó uno que se refería de manera despectiva a la autora del texto como ‘esa chusma que podría irse a su tierra’. No me gustó que, por un o una timadora, se tratase de ‘chusma’ a todo el colectivo de personas migrantes que llegan a España en busca de una vida mejor o simplemente para sobrevivir. ¡Como si muchos de nuestros padres y abuelos no hubieran tenido que emigrar!
En ese momento, decidí expresar, públicamente y con educación, mi desacuerdo con el comentario. Además, le destaqué el tinte racista del mismo. Ahí, parece que abrí la caja de los truenos y ese individuo empezó a meterse conmigo. Me comentó que esos foros no eran lugares para hablar de política (aunque calificar a personas de 'chusma' no fuera considerado un comentario político según su punto de vista, mientras que señalar el racismo sí lo era). Otra persona intervino acusándome de que yo no habría dicho lo mismo si el comentario hubiera sido dirigido a una figura pública como el antiguo Presidente de la Generalitat de Cataluña, Jordi Pujol, y a su familia. Nunca entendí a qué venía la referencia a esa familia de delincuentes.
No contento con ello, el individuo en cuestión, decidió ir a mi perfil de Facebook y estudiarlo en profundidad hasta que encontró una entrada que le pareció reveladora: «Ya veo como eres —me comentó—» y destacó un artículo que yo había colgado en mi muro sobre la violencia de género. Un artículo breve firmado por la articulista, activista social, y ex policía catalana Sonia Vivas que decía así:
«Toda mujer maltratada ha oído alguna vez como su pareja la llama ‘puta’ o ‘golfa’. Lo hacen para hacerlas sentir sucias y no respetables. Ayer los toreros hicieron públicamente lo que muchos maltratadores hacen dentro de sus casas para luego sonreír en los bares.»
Lamentablemente, este tipo de personas que me acosó por Facebook se ha envalentonado mucho últimamente, especialmente desde que muchos medios de comunicación se hacen eco de los voceros fascistas del partido del diccionario. Creen que por chillar tienen más razón, piensan que pueden insultar o menospreciar a las mujeres o a colectivos por el color de su piel o su orientación sexual. Son unas pocas personas que hacen mucho ruido, pero a las que hay que hacer callar y plantar cara con educación. Eso las desconcierta, ya que los fascistas suelen carecer de educación y respeto. Son la caspa que hay que sacudirse de encima de los hombros.
Lo realmente preocupante de ese incidente en Facebook fue el silencio generalizado y, tal vez, cómplice de los que lo leyeron. Un silencio que me recordó la frase del escritor, filósofo y político irlandés Edmund Burke: Para que triunfe el mal, solo hace falta que la buena gente no reaccione.
*El título de este artículo proviene de la frase de Martin Luther King: “No me preocupa tanto la gente mala, sino el espantoso silencio de la gente buena”.