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Cande Rodríguez

 

 

 

 

Llevaba muchos años deseando tenerlos.

Es posible que después de cumplir los “muchos años” no me importe lo que en ocasiones acontece a mi alrededor. Fue entonces, y mientras paseaba tranquila para estar mejor conmigo misma, cuando los descubrí. Estaban en un escaparate, deslumbraban el brillo plateado, pares, diferentes tamaños y los mí­os estaban allí, se sostenían libres, en una especie de perchita diminuta; uno al lado del otro.

¿Serí­a quizás atrevida decir que me miraban? Entré en la tienda sin dudar. Era el momento.

Un placentero instante me acompañó de regreso a casa, mientras sujetaba la bolsita transparente y brillante que cobijaba los zarcillos. No con impaciencia. Estaba serena, eran míos, para qué desesperar ahora.

Más tarde, ya suspendidos en mis orejas, recordé que no había dudado si me iban a quedar bien, si eran antiguos, o nada actual, como me ocurría desde hacía algún tiempo.

No sé, pero me tengo la sensación de que me he liberado de un peso incómodo.