Juan Fco. Santana
Juan Francisco Santana Domínguez

 

 

 

 

Todo tiene un comienzo y surge en el momento que fui destinado a Jinámar, al Colegio Europa, en el que permanecí nueve cursos escolares, entre otras muchas cuestiones, me sorprendió el nombre de uno de sus centros educativos, de eso hace más de veinticinco años, sería por los últimos del siglo XX, que llevaba nombre de mujer, Hilda Zudán, que decían había sido poeta, y desde aquel momento comencé a interesarme por su vida y por su obra y, aún siendo bibliófilo, muy interesado en la poesía de Canarias, jamás había tenido en mis manos no solo ningún libro que hiciera referencia a su persona y su obra, nunca había aparecido su nombre en ninguna de las antologías que hasta aquellos años se habían hecho, sino que tampoco había visto ninguna obra de su autoría.

El personaje en cuestión, ya desde el inicio, estuvo rodeado de misterio y recordé, como enamorado de las artes plástica que soy, unas palabras de René Magritte, el pintor surrealista belga, que decía: “Uno no puede hablar acerca del misterio, uno debe ser cautivado por él”. En aquella frase se resumía lo que desde entonces me mantiene interesado en seres que me cautivan, entre otras cuestiones, porque estuvieron y apenas están, por esa magia que nos presentan en ese sombrero del que todo sale y aunque no fue de un sombrero y sí por mi amor a todo lo que se refería a la mujer en unos años que pocos se interesaban por ellas y así comencé, siendo casi un adolescente a coleccionar todo aquello que tuviera que ver con ellas, obras escritas por mujeres, obras que trataran del silencio al que fueron sometidas o en obras plásticas, pinturas y esculturas hechas por mujeres, todo eso sucedía mucho antes de conocer la existencia de Hilda Zudán y aquellas piezas que fui consiguiendo aún hoy siguen conmigo, como bien saben quienes me conocen. Les hable desde que comencé en mi actividad como educador, maestro de primaria y secundaria, a mis alumnos, de eso hace muchísimos años, de las escritoras y artistas plásticas canarias y es por ello que me causó sorpresa ver que aquel centro educativo tenía nombre de mujer y me cautivó el misterio como decía Magritte, me atrapó y así fui difundiendo entre los amigos y alumnado nombres que para muchos eran desconocidos y aquí hoy están presentes algunos de aquellos amigos y aquí estoy para hablar de la cautivación que produjo en mí Hilda Zudán, aunque más tarde supe que su nombre real no era ese sino que se trataba de una máscara, un pseudónimo, que escondía a Mireya Suárez.

Me fui informando y así pude leer que era poeta y que su vida estaba rodeada de ese gran misterio al que hacía alusión René Magritte, también supe que emigró por los años de la Guerra Civil Española, posiblemente debido a su concepción de la libertad y al no estar de acuerdo con la dictadura que se alargaría durante cuarenta años, siendo a partir de entonces cuando se convierte en un mito del que apenas algo más se supo, lo cierto es que en un  entorno gris y negro, además de peligroso para las personas que pensaban como ella, no quería vivir y se marchó para siempre. Fui informándome a través de personas mayores, recuerdo preguntarle a Miguel Alzola, en su oficina de la calle La Peregrina, tanto sobre Manuel Pícar y Morales como sobre Hilda Zudán, y sí que la recordaba, pero había perdido su pista, según me manifestó. Si me dijo que era una poeta que había emigrado a Sudamérica, creía que a Uruguay aunque con posterioridad, otras personas, también hicieron mención a Paraguay, por lo que me di cuenta que la información que se tenía era imprecisa y aún más cuando leo, años después, que lo había hecho a Buenos Aires, Argentina.

Como ya he dicho me enteré que Hilda Zudán era un pseudónimo y que su nombre era Mireya Suárez López, poco a poco fui conociéndola y supe que había nacido en el año 1901, en la Cruz de Ayala, en los Llanos de San Gregorio, teniendo a unos padres, D. Sebastián Suárez Sánchez y Dª. María del Pino López Hernández, que tuvieron, además de a Mireya, a María del Pino, que tuvo una farmacia, en la calle de los Baluartes, al presente denominada de Pérez Galdós, en el número 18, de ahí la creencia que Mireya naciera en dicha calle. A ambas les dieron los estudios, yéndose a estudiar a la universidad de Granada, que normalmente, por aquellos años, no se daban a las mujeres, lo que nos indica que el padre, que se decía entre los conocidos que era masón aunque al igual que el resto de masones nunca se supiera si en realidad lo era o no, y la madre tenían una formación y una manera de pensar no habitual en aquellos años y eso hizo que ganáramos para el mundo de la literatura a una gran escritora. Este poema de su autoría, en gran medida, nos la va a definir.

Sola y errante

-incomprendida-

va por la vida

vaga y desierta,

sin hallar el ritmo,

mi bello y desconocido

caracol encantado,

que duerme

en mi yo.

Desde aquel momento me interesé en conseguir sus obras pero cualquier pregunta que hacía al respecto la respuesta era un no la conozco o no sabía que existía o nunca he tenido un libro de esa autora. Mi amor por los libros hizo que, no sé la razón, buscando en Madrid, en una librería especializada en libros antiguos, en una calle que no recuerdo su nombre aunque sí que era estrecha y algo me dijo que entrara, aunque yo siempre estoy dispuesto ante una invitación, como aquella: cuadros, esculturas, cerámicas, documentos, libros, sellos… y, después de preguntar si tenía autores canarios, evidentemente encontré un sí por respuesta, pero, como podía esperar, sacó libros de Galdós y de Tomás Morales pero le dije que aquellos precisamente, salvo que fueran primeras ediciones, no buscaba pues ya los tenía en mi biblioteca. Seguí buscando durante un largo rato y, aunque parezca increíble, me encontré con una caja, arrimada a uno de los estantes, con libros de tapas blandas, y entre ellos con uno en los que en la portada se encontraba una mujer sonriente, guapa, de pelo negro y recogido a ambos lados de la cabeza… sobre ella un título “LA NOVELA PICARESCA Y EL PÍCARO EN LA LITERATURA ESPAÑOLA” por MIREYA SUÁREZ. No me lo podía creer y más siendo, como les he dicho, bibliófilo por lo que encontrarlo era algo como casi imposible pues pocos ejemplares se tirarían de dicha obra. Me dijo que eran libros para tirar pues no se había interesado nadie por ellos desde hacía muchísimo tiempo y como cada día aumentaba el número de títulos había que buscar sitio.  Ese libro que yo consideraba raro me iba a dar a conocer muchos datos de su persona y obra. Pero el tiempo pasa y vas descubriendo respuestas a preguntas o afirmaciones que ya habías barajado. Averigüé años después el número de ejemplares que se editaron y su verdadera rareza.

Este ensayo literario fue su memoria de licenciatura después de haber estudiado en la universidad de Granada la carrera de filosofía y letras. Aquel nombre lo conocía y cogí el libro y no lo solté, por si acaso me sucediera como en otras ocasiones que he tenido en la mano alguna pieza que me interesaba y la había soltado por unos instantes, y es que no todo se puede comprar debido a su precio y, por tanto, hay que pensarlo,  y la llegada de otro buscador de rarezas o coleccionista que al igual que a mí le llamaba la atención y me quedo sin la pieza que me atrajo, en aquella ocasión no iba a suceder así y ahora, cuando estoy escribiendo esto que les estoy leyendo, aquel libro con aires madrileños pero con una sonrisa canaria en la portada, está a mi lado, con el atractivo de que conseguí una pieza que jamás volví a encontrar, hasta ahora, un libro de época escrito por Mireya Suárez. Hoy en día sigue aquí, a mi lado, parece que diciendo que está dispuesto a que se lean sus 240 páginas.

Fue impreso en la Imprenta Latina, en la calle de Rodríguez San Pedro, Nº 19, en Madrid en el año 1926 y su valor entonces, según se puede ver en su contraportada, era de cinco pesetas.

Al inicio de la obra nos demuestra su amor por su tierra y así podemos leer: “A mi querida tierra Gran Canaria. Ofrezco el primer fruto de mi trabajo y esfuerzo.” A continuación, y siguiendo con las dedicatorias nos dice: “A los más grandes afectos de mi vida: A mi padre y a la memoria de mi madre, dedico este ensayo, con todo el cariño. Mireya.” Vemos que en el momento que escribió este ensayo literario su madre ya había fallecido.

No sólo nos demuestra su cariño sino que estamos ante la primera y al parecer, aunque eso quizá esté por demostrar, visto lo visto, la única que escribiera. A pesar de sus miedos de juventud pero animada por un buen profesor, así define a Cesáreo Suárez, y por la Comunidad de Regantes de la Vega Mayor de Telde y a unos pocos amigos, gracias a ellos vio la luz aquella obra, su ensayo sobre picaresca, el fruto de las notas que fue escribiendo sobre el tema. Según manifiesta en el prólogo Gran Canaria era vista desde la distancia, ya que se encontraba estudiando, en aquel entonces, en Madrid, le parecía más bella y siempre más querida, manifestando abiertamente su amor a su isla de nacimiento y a su Telde, el pueblo que la vio nacer, y a los recuerdos que a su terruño le unían, además de su profundo amor a sus progenitores.

En el año 1922, firmando como Hilda Zudán, escribió en el periódico católico El Defensor de Canarias el artículo titulado “Telde. Mi pueblo amado” y, entre otras escribía: “Nada echo en falta en este rincón sombreado por las flexibles hojas de las cimbreantes palmeras y por la poesía de sus nubes. Cuando en las horas calladas y silentes del mediodía, cuando el astro rey en su cénit parece el apartado guardián del día cuando todo duerme la siesta, silenciosa y sola en mi cuarto ponen en íntimo contacto con los seres que fueron con las populosas urbes… con los grandes de espíritu.”

Páginas hay que llevan a mi espíritu las rebeldías, los ajetreos de las vidas estruendosas de las gentes que viven aprisa, que gustan de anhelos inefables que consigo llevar el silencioso reposo de este lugar de mis delicias… son el vislumbre de mis sueños callados, de los que rondan mi fantasía, de los que vagan mustios y dolientes por los verdes campos, sobre las tranquilas aguas de los estanques vecinos…”

No sólo conocía la obra de autores canarios, entre ellos estaba Sebastián Padrón Acosta, escritor nacido en el Puerto de la Cruz en el año 1900, con el que encabeza uno de sus escritos, el titulado La Envidia, sino que también lo hace con autores como José Santos Chocano, destacado poeta peruano.

En su artículo Quietud, publicado, al igual que todos los demás en la prensa, en El defensor de Canarias, como toda la obra que salió en prensa, nos dice: “Yo quisiera haber vivido todos los años de mi existencia en un lugar apartado, sola, lejos del mundanal ruido, frente al mar para dormir mis noches de arrullo de las olas, para sentir al despertar del día de los besos…” Soledad, nostalgia, mar y amor… son los protagonistas en este hermoso comienzo de texto, realizado en el año 1921.

En otro texto del mismo año y, como hemos dicho, en el mismo periódico, tenemos el titulado ¡Silencio!, en el que podemos leer: “Las horas quietas, las horas calladas silenciosas son mis amigas predilectas; desde mi mesa veo en estas horas de calma, de lentitud, de silencio sepulcral, esos puntos brillantes que pueblan los espacios infinitos…”.  Como vemos es la soledad, la melancolía y la tristeza la que caracteriza toda su obra, viniéndome a la mente Alonso Quesada o Domingo Rivero.

Rebelde, solitaria, llena de fantasía… así se definía Hilda Zudán a sí misma y sobre su pueblo, en el que dice todo lo tenía, opino que solo tenía, en realidad, la tranquilidad pero ansiaba volar, según deduzco por su nostalgia.

En el año 1922 escribía el artículo “La voz de mi bandera” a la que loa pero, en el fondo, creo que se definía a sí misma: “…Soy lo no conocido. Soy el misterio. Cobijo bajo mi amplio manto la honradez de la estulticia; el placer y el dolor, la nobleza y el crimen… soy el alma del ser, soy paz y lucha. Soy igualdad…” Como vemos un canto actual de igualdad que pone en boca de su bandera pero que en realidad está gritando lo que en su interior contenía.

Era un ser humilde y nos lo demuestra con estas palabras: “No es mi propósito, que será atrevimiento y pedantería, hacer un acabado trabajo de crítica literaria…” con aquella su obra ya citada… “sino mostrar una exposición de la picaresca en la vida y en la literatura patria.”

Seguía diciendo en la introducción: “Muy poco se ha escrito sobre picaresca, sin embargo, es lo suficiente para formar un plan que sea la norma de este modesto ensayo, en el que dejo sentada mi opinión sobre tema tan arduo.”

Además, deseaba hacerlo de la manera menos pesada posible, según sus propias palabras, y a la vez tuviera la claridad indispensable para su inteligencia.” Con estas palabras Mireya dejaba claro el sentido didáctico de su obra y de la sencillez como premisa.

Mireya escribía con un gran aplomo, con un conocimiento profundo del tema de la picaresca y así, en la página 47 podemos leer:

“De todo lo dicho se deduce que es acertada nuestra primera aserción, cuando dijimos, al principio, que no nació la picaresca sin contar antecedentes; más esto no quiere decir que no se halle su inicial en el incomparable Lázaro.

Rojas, al igual del Arcipreste de Hita y del de Talavera, supo imprimir a su obra ese carácter, que no se halla exento de picardías. El Arcipreste de Talavera fue en prosa lo que el de Hita en verso. Se propuso hacer un retrato de la sociedad de su época, y lo consiguió con creces”.

También afirma, con rotundidad, que: “No se satiriza en la picaresca a los hidalgos, mas si alguna vez se hace, es con mucha simpatía”. También hacía alusión, con gracia, al mundo estudiantil, cuando dice: “En la picaresca se suele hablar muchas veces de los estudiantes que “se divertían mucho y estudiaban poco”, cuestión que se pudiera extender a muchos estudiantes de todas las épocas y a lo que ella había visto en Madrid.”

Estas palabras de Mireya Suárez nos hablan muy claro de su formación, de sus lecturas y de su capacidad a la hora de transmitir, con una didáctica sobresaliente, dejándonos muy claro cuales fueron esos orígenes de la picaresca, indagando más allá de lo que la picaresca, en sí misma, nos transmitía y siendo capaz de buscarlo en autores como los arciprestes citados. Nos encontramos ante una persona erudita y de una gran formación que por las circunstancias que fueran hasta el momento presente es una de las grandes escritoras canarias cuasi desconocidas, más allá del nombre del centro educativo de Jinámar y la calle que le han dedicado en Telde, concretamente en El Ejido.

Sobre Hilda Zudán poco se ha escrito pero en primer lugar hay que mencionar el libro, titulado “Antología literaria de Hilda Zudán” del año 1999, del cronista de Telde Antonio María González Padrón, en el que además de unos pocos datos biográficos y del que se han ayudado los posteriores estudios que se han hecho sobre ella; aunque también hay que decir que son varios los trabajos que sobre Hilda Zudán se han publicado en internet, habiendo leído algunos que luego desaparecieron no quedándome constancia de sus autores por haber perdido los datos, cosas de las nuevas tecnologías. Algún error, creo que de edición, y eso sí una antología de artículos periodísticos, con solo un poema en el inicio del libro, ya leído a ustedes esta mañana, y ocho versos entrecomillados, en el artículo titulado ¿Qué sueñas?, que me llevan a pensar que pudieran ser de otro autor, pero que hasta que no se demuestre lo contrario son de ella:

“Siempre que el sol se rinde en su carrera

la virgen selva enluta sus paisajes;

y hay pláticas de viento en los follajes,

besos de amor y apóstrofes de fiera”

 

Y aquí surge una cuestión fundamental pues en el ya citado libro “Antología Literaria de Hilda Zudán” aparecen, precisamente, una cincuentena de artículos periodísticos que versan sobre temas como la muerte, la paz, el silencio, las campanas, las noches estrelladas, el pueblo de Agüímes, la admiración hacia el poeta Tomás Morales, los pajarillos y a temas históricos como a los íberos y celtas y al hombre prehistórico; y solo apenas diecisiete versos, por lo que hay que pensar que estamos, hasta que no se demuestre lo contrario, que estamos ante una escritora y ensayista y no, precisamente, ante una poeta, aunque su alma y su espíritu estuvieran llenos de poesía.

A pesar de todo ello Mireya Suárez o Hilda Zudán seguía siendo olvidada, pasados los años, y así lo podemos apreciar en el libro “Mujer y cultura en Canarias” cuya autora María del Carmen Reina Jiménez, entre las mujeres que se dedicaron a la literatura no cita a Mireya Suárez ni tampoco a Hilda Zudán, un olvido que tratándose de una edición del Colectivo de Mujeres Canarias era muy significativo en el año 2013, en su segunda edición. No lo digo como crítica sino como señal de que el olvido era notorio porque aún tratándose de un libro que quería sacar del olvido a las mujeres y darles el papel que se merecían, no tuvo en cuenta a esta genial escritora.

Así mismo, en julio de 2001 se publicaba un libro homenaje, en la ciudad de Telde, por su 650 aniversario, titulado “Siete poetas de Telde”, escrito por la licenciada en filología hispánica Hortensia Alfonso Alonso, en la que la única mujer que se cita es a, según ella, Dª. María Suárez, Hilda Zudán, poeta, cuando debía decir Mireya, pues María era el nombre de su hermana, siendo los otros poetas: Montiano Placeres, Saulo Torón Navarro, Julián Torón Navarro, Fernando González Rodríguez, Patricio Pérez Moreno, Luis Báez Mayor, todos con la consideración de poetas que escribían al entorno, de lo que sus ojos veían, de sus casas, calles que andaban, sus amores o el protagonismo del mar; se podría decir que eran poetas intimistas.

También, la citada autora, en cierta manera, se confunde, siguiendo datos del libro citado de la Antología Literaria de Hilda Zudán, con el lugar de la universidad en la que estudió, pues fue en la Universidad de Granada, aunque luego continuara sus estudios en Madrid, leyendo su memoria de licenciatura, como fue el trabajo sobre la picaresca, pero sí que escribe, al final de las cuatro páginas que le dedica, en la 53: “El intimismo, la sensibilidad, la delicadeza, enseñorean en los escritos de Hilda Zudán, escritora que merece, al menos, la oportunidad de ser conocida a través de los mismos”. Con mi reconocimiento por el solo mero hecho de mencionarla, pero pienso que con muy elemental objetivo, pues Mireya Suárez se merecía muchísimo más porque fue capaz de crear en un momento en el que las firmas de artículos y poemas, en Canarias, siempre llevaban, salvo excepciones, nombres masculinos.

Todo gran lector tiene posibilidades de refrendar aquello que ha adquirido y Mireya lo refrendó, no solo con su ensayo sino con sus artículos publicados en prensa; además fue muy amiga de Montiano Placeres y con él mantuvo conversaciones en cuanto a aquello que compartían cual era el amor a las letras, en concreto a la poesía y en su expresión, esa poética que sale del alma se refleja claramente. Mireya vivió observando como su padre se movía entre intelectuales pues algunos de los amigos de su progenitor tenían características masónicas y entre otras estaría la educación igualitaria y el cultivo de valores fundamentales que no estaban muy extendidos por aquellos años en una sociedad en la que el número de analfabetos era bastante alto y de ahí la soledad y los pocos amigos que apoyaron los deseos universitarios de Mireya, según ella misma manifestó en los agradecimientos en la obra citada sobre la picaresca.

En el año 2001 la doctora Ángeles Mateo del Pino daba una conferencia sobre Hilda Zudán, con motivo del ya citado 650 aniversario de la fundación de la ciudad de Telde, por un encargo que le hicieron, buscando información a tal respecto pues su especialidad era Josefina Pla a la que dedicó su tesis doctoral. Se entregó en cuerpo y alma a buscar información y se fue a Argentina y escribió lo siguiente:

“Crucé el "charco" y estando en Buenos Aires recorrí aquellos lugares donde mi intuición me dictaba que podía hallar a Mireya Suárez López. Tan sólo encontré su estela en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, donde se guarda un ejemplar de su ensayo La novela picaresca y el pícaro en la literatura española, publicado en Madrid, 1926. Resulta al menos sorprendente que esta obra, concebida como memoria de licenciatura, haya ido a parar al otro lado del océano, sobre todo si tenemos en cuenta que la edición fue muy limitada -250 ejemplares- y que se distribuyó entre amistades y profesores de la autora.”

Así se reafirmó la rareza que este que les habla había conseguido localizar, según ya les he contado y además recomendarle su exhaustivo trabajo sobre Mireya Suárez, aunque no la encontró ni tan siquiera se sabe, a ciencia cierta, que estuviera en Argentina, como ya dije todo un misterio, pues que encontrara ese libro no quiere decir que fuera ese país el que la acogió.

Sebastián Suárez León es un dramaturgo canario, y así le presento ante este auditorio, que termina su comedia “El rosal rojo”, estrenada en Las Palmas la noche del 23 de diciembre de 1918, con estas palabras de Luisa, una de sus protagonistas: “¡Siento que en mi jardín interior ha florecido plenamente el rosal rojo de mis rebeldías!”. Todo ello mientras el telón bajaba lento.

Creo que las rebeldías de Hilda Zudán, de Mireya Suárez, imaginada como un rosal rojo, deben terminar en esta conferencia floreciendo plenamente. Muchísimas gracias.