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Alberto Omar Walls

 

 

 

 

 

Ilma. Sra. Alcaldesa, sras. y srs., es un honor por mi parte darle la bienvenida a una nueva reimpresión del libro de Alicia Contreras  que ganó el premio que lleva por nombre el de mi madre, Amparo Walls Hernández. Se creó en su día por parte de ACTE el premio con el ánimo de dar visibilidad a las personas mayores que escriben sobre su propia vida, y que a través de sus recuerdos pueden dejar constancia tanto de su historia privada como de sus presencias en la sociedad que les tocó vivir. La asociación ACTE ha venido convocando el premio y en estos años recientes han sido premiados: Espejismos en rosa y amarillo, de Alicia Contreras García, Una felicidad sin tiempo de Fabio Carreiro Lago, Piedra y océano de Ángeles Hernández Cruz. El premio convocado por la Asociación Cultural Canaria de Escritores, tiene como objeto fomentar la creación y difusión literarias en el ámbito de nuestro archipiélago, y recordar la figura de la escritora canaria Amparo Walls Hernández.

Y Alicia Contreras ganó el primer año la convocatoria con un precioso libro que es el que aquí celebramos. Pasados los años se ha ido cambiando de modalidad la convocatoria de memoria a relatos cortos y luego a novela; puede que en el futuro se dé nuevamente la vuelta y le toque el turno alguna vez a los libros de memorias.

Hagamos primero un poquito de historia para comprender quién era esta señora llamada Amparo que, por coincidencias del destino, resultaron ser mis padres, y hace muchos años, fueron amigos de la familia de Alicia, concretamente de su querido tío Enrique Báez y su mujer, Argelia, con los que convivió un tiempo porque no tenían hijos y su mamá estuvo algún tiempo enferma. De ahí, que Alicia comente que sus hijos tuvieron el doble de abuelos que otros niños, de lo bien que se llevaban y querían. Pues bien, el 1 de abril de 1914 nacía Amparo Walls Hernández en Santa Cruz. Siendo de condición pacífica, y amante del arte, no obstante en su vida superaría muy pronto un brote del virus de la gripe tipo A (la mal llamada gripe española), de 1918 (que se llevaría a su hermanito Vicente y 50 millones más de personas) y muchas guerras, desde luego la del año 14 y las otras que vendrían luego, aunque trascendió pocos días antes de cumplir los 97 años, en 1911, con lo que no experimentó los desajustes de la pandemia de ahora ni la invasión rusa a Ucrania. Siglo pasado, el XX, (junto a este que vivimos ahora) que no se ha dado a conocer precisamente por los deseos pacifistas de la humanidad y, por lo que llevamos en la andadura de estos años veinte, no parece que vayamos en el camino de vivir en la paz. Pero, al parecer, esa es parte de la paradójica condición humana. De hecho, doña Amparo, conoció a quien sería luego su marido, Sulaimán Omar Zaruk, un día de marzo de 1937, en la Plaza de los Patos, cuando en plena guerra civil las tropas desfilaban por delante de Capitanía. Si algo definitivo nos enseña la madurescencia es el lento ejercicio o don de la resiliencia permanente. En este caso, a ciento ocho años vista, y como lúcidamente opinó el gran Allan Kardec, El respeto que se tiene por los muertos no es por la materia, sino por el recuerdo del espíritu ausente; es análogo al que se tiene por los objetos que le pertenecieron, que él tocó y que los que le han amado guardan como reliquias,... y  recordar con la convocatoria de un premio a Amparo Walls Hernández, y prolongar su recuerdo a través tanto de sus propios libros como los de quienes con todos los honores han ganado el premio que lleva su nombre, es rendirle homenaje respetuoso a su espiritualidad artística, gran sensibilidad y poderosa capacidad de amar.

Amparo fue la autora tardía de dos hermosos libros titulados Mariposas de papel y Párrafos de la memoria, pues empezó a publicar a partir de los noventa años (cuando le aburría soberanamente la televisión y ya le costaba estarse de pie en la cocina; por lo que decidió no volver a cocinar más y a no ver la tele). En ellos, en sus libros, habla, a modo de memoria novelada, de sus recuerdos, tanto los de su infancia como los de sus experiencias de adulta, ya casada y con seis hijos, nueve nietos, y ocho bisnietos. Sus libros, al decir de algunos comentaristas, de gran sensibilidad y sencillez, encantan al lector por su cercanía y amor a lo cotidiano, la naturaleza, la infancia, el arte y la experiencia o el don de entregarse a la vida...

Pero estamos hoy aquí para celebrar la segunda tirada del libro de Alicia Contreras, Espejismos en Rosa y Amarillo, visajes de mi memoria, cuyo protagonista principal es la casa de su niñez, y que hoy es la llamada "Casa del cuento" sede del prestigioso Festival Internacional de Cuentos de los Silos, que creó y dirige el escritor Ernesto Rodríguez Abad... Alicia Contreras ejerció durante treinta años como profesora en la Escuela Universitaria de Estudios Empresariales y en la Facultad de Derecho de la Universidad de La Laguna. Ha publicado trabajos referidos a su actividad docente y ha tenido incursiones en la escritura con relatos breves editados por el Corte Inglés. También participó en el TEU, dirigido por Eloy Díaz de la Barreda (quien también fue profesor mío de Declamación en el Conservatorio) y dirigió durante 11 años un grupo de alumnos y profesores realizando lecturas dramatizadas. A los 86 años es cuando presenta sus memorias de la infancia reflejadas en este libro que hoy presentamos.... Como comenté, el primer año se convocó el premio para distinguir al mejor libro de memorias y recayó en los recuerdos que escribió Alicia desentrañando del baúl de su memoria imágenes y situaciones entrañables que conformaron su personalidad. En el prólogo al libro, Daniel Bernal apunta que "Misterioso es el hilo de la memoria: pulsamos un recuerdo que se transforma en música y que nos permite adentrarnos en el laberinto de nuestra mente, rescatar imágenes, extraer voces, reconstruir la arquitectura de nuestra historia".

Y es así, todo eso hace Alicia Contreras tomando como punto de inspiración el deambular mental, desde el recuerdo, a través de los años vividos en la casa. Es la casa de la niñez, y quien la mira hacia su interior es Alicita, la niña Alicia que aún se encuentra agazapada en los recovecos del adulto y que ve los objetos y oye a las gentes, con un toque íntimo, especial, que no tiene mucho que ver con la forma de mirar de los adultos, aunque ella, la Alicia ya mayor, la que escribe, emplea dos voces sin quitarle a la infancia el don de la mirada inocente, como si fuera otra Alicia en el país de las maravillas, que, al fin y al cabo, es el territorio de la infancia. Y nos presenta ya desde el comienzo a la que será, junto a su mirada, la verdadera protagonista del libro, la casa, "mi casa", dice, aunque la mirada y la voz íntima sean infantiles: Cito: "Decía mi padre que la arquitectura de nuestra casa era "disparatada". Mi madre, por su parte, estaba totalmente de acuerdo. Nuestra casa les complicaba la vida con escaleras, azoteas, tejados, balcones, claraboyas y puertas, puertas y más puertas... Un sinfín de cosas -decían- no estaban muy bien pensadas... Pero yo no podía entender aquella especie de desapego, lo divertido de mi casa estaba precisamente en los recovecos y rarezas de su construcción." 

Toda la familia entra en el ramillete de flores rosas y amarillas de este hermoso libro (que recuerda un tanto en el título a aquella linda película de Summers "Del rosa al amarillo"), teniendo como protagonista vivo y capital, la casa. Desde los balcones pecho paloma, el propio palomar, las escaleras, las habitaciones, las azoteas, la portada, las ventanas, la bañera, o también sus excursiones fuera de la casa, por el barrio y aledaños, hasta la subida a la Galería del Cuchillo; la montaña, los veraneos... Este libro da para mucho, hasta para filmar una película donde se testimonie, no solo la casa sino también todo el pueblo y sus circunstancias vitales.

Y hace, o nos testimonia al tiempo, como telón de fondo, una observación desapasionada de los años que le tocara vivir, los de la postguerra. Pero nos confiesa la autora desde su segundo punto de vista, es decir la mujer de mayor que recuerda y reflexiona desde la distancia y nos evidencia sus intenciones con escribir el libro, lo siguiente de esa época social: "Cuesta creer que los largos años difíciles fueran los años de mi infancia feliz. Mi padre a diario creaba para mí ese mundo color de rosa de mis relatos."

El humor también está presente a cada paso: aunque sea larga la cita, por su gracia quiero leer esto referido al capítulo de  Las Llaves: "El respetable tamaño y peso de las llaves de las puertas principales suponía un serio problema de transporte, no eran aptas ni para los bolsos de señoras, ni para los bolsillos de señores. No sé cuál era la solución generalizada, pero en nuestra casa el problema realmente nunca se presentó: cuando mi padre y mi madre salían juntos, era de rigor pasar por casa de mi abuela para: a) que esta se deleitara con los arreglos de mi madre; b) enterarla de que ya se iban; y c) dejar la llave. Este ritual exigía, además, entrar por la puerta principal. La distancia más corta (la que yo hacía decenas de veces cada día) iba de nuestra puerta principal a la portada del patio de mi abuela, estaban enfrente la una de la otra. Pero, una vez más, protocolo y lógica no casaban: para llegar a la puerta principal de la casa de mi abuela, tenían que rodear la esquina, entrar por la sala (no había zaguán) a oscuras, llamar (de viva voz, ya saben…), esperar a que mi abuela los oyera, se arreglara un poco y, por fin, los recibiera.  A la vuelta, cualquiera que fuera la hora, tenían que pasar de nuevo a recoger la llave. Por suerte para mi abuela, en aquellos tiempos no había discotecas. Casa con dos puertas, mala es de guardar”. En mi casa, el número de puertas secundarias daba dolor de cabeza. Ya vimos que su fachada estaba petada de puertas. En estas empezaban las rarezas estructurales de las que me hablaba mi padre. A mí me costaba entender eso de la estructuralidad, pero tenía claro lo de las rarezas. Saltaba a la vista que una fachada con una puerta principal, cuatro puertas secundarias y una ventana era una desproporción, vale decir una rareza".

Y, además, no solo es el humor, pues Alicia muestra mucha ternura a la hora de narrar determinados personajes de su niñez, uno de ellos, por escoger solo un ejemplo,  es el caso de Misa, femenino de miso, su gata que según la narradora la veía (y aún la ve) así "Misa era bellísima. Alta (vale decir, larga), delgada de movimientos sinuosos y elegantes, en estos tiempos, en el mundo de los gatos, hubiera sido una top model internacional. La veo exacta a Marisa Berenson [anoto al margen: modelo y actriz de los años 70 conocida por Muerte en Venecia de Luchino Visconti y Barry Lyndon de Stanley Kubrick; y termino la cita:]... Misa era una preciosa gata de Angora.... Mi padre y la gata se vieron, se miraron, y a primera vista se adoraron recíprocamente..." 

O también muestra una alta inteligencia observadora pues con absoluta profusión de detalles nos narra "la escalera" de la casa, su primer sitio favorito:

" Para mí, en cambio, la escalera de mi casa era un sitio genial. Era de madera. Tenía solo dos tramos, ambos muy pinos. El primer tramo tenía once escalones. Se iniciaba con un escalón de piedra, ancho y de bordes redondeados. Los restantes eran de madera, de huella estrecha, para mí de sobra, y de contrahuella alta, para mí mejor, más divertidos saltos. El segundo tramo, solo tenía seis escalones pero de huella más estrecha todavía. El rellano era pequeño, lo cual no era óbice para que en la esquina hubiera un pedestal con maceta. La baranda era también de madera, y en el primer tramo ancha, brillante, lisa, y para mi suerte, sin barrotes. En ella pasaba tardes enteras, a ratos trepada al modo de los monos perezosos, a ratos subiendo para deslizarme una, y otra, y otra, y otra vez. Y, por fin, sentada mirando cuentos; o, cuando ya sabía leer, leyéndolos. En el segundo tramo, para tranquilidad de mi madre, la baranda no era trepable, pues estaba en su mayor parte incrustada en una pared que no daba a ninguna parte. Solo quedaba abierto un triangulito desde donde veíamos la parte de abajo de la casa, la entrada y el zaguán. Por detalles como este y otros en verdad peregrinos, mi padre decía que nuestra casa era arquitectónicamente un disparate".

Todas las emociones están presentes en este hermoso libro, las alegres y las no tan alegres, y nos transmite en todo momento confianza, optimismo y coraje, tres bondades que en cierta medida arropan o definen a la autora, Alicia Contreras. Bueno, y no sigo, porque en verdad tienen que leer el libro, deleitarse en su lectura, y ahora escuchar las reflexiones de la escritora Felicidad Batista, presidenta de la Asociación Cultura Canaria de Escritores, ACTE. 

1 Texto leído por su autor en el acto de celebración de la segunda edición del libro premiado de Alicia Contreras, con el I Premio Amparo Walls Hernández de Memorias.