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Cande Rodríguez

Cuando de un tiempo a esta parte el peine y las tijeras comenzaron a formar parte de un lazo invisible. No me di cuenta hasta el otro día, cuando la mañana asomaba fresca y las olas creaban ese rumor musical y melodioso, como los arrorrós de antaño.

Su pelo blanco y sedoso, tan delicado que se me escurría entre mis dedos, cómplice de mi secreto. Mientras, a veces callada, a veces charlando aparecía un halito de sentimientos olvidados. La contemplo mientras los cabellos caían ligeros al suelo, sin orden, y ella, mayor, muy mayor se mantenía quieta, obedientemente a mi tarea. Le gusta, pero no lo dice. 

Un ¿arrorró mi niña chica? 

Un ¿bébete toda la leche?

Un ¿a dormir que es tarde?

Ay, pelo terso, sol, mar, salitre. Que me regalas estos pequeños momentos que no quisiera, que no quiero se escapen. 

Por eso no voy con prisas, mechón a mechón, latido a latido.