Gracias, suelo nacarado, hecho de pumitas, piedras ignimbritas, construido por el fuego interno de la tierra, grandeza de nuestras canteras de Arico.
Gracias, silencio, que todo lo habitas, y en él se siembra el sonido, uniéndose al Alisio que respira suave, unas veces, y muy agitado, otras. Sucumbe en la tierra mojada con su hierba que crece generosa con menos de cuatro gotas. Y el Sol, radiante astro de luz en combinación con la Luna, germina el cálido día y el aura de la noche.
Gracias, árboles y flores, alfombras de colores. Unas heredadas, otras regaladas. Las hay que llevan siglos, y algunas, décadas.
Gracias, Pinus canarienses, eres casi milenario, con tu corazón de madera vivo en tu interior, la tea, abrigas nuestros montes, cumbres, casas e iglesias.
Gracias, Cedro de Arico, creciste en el barranco de los Cedros, en las medianías altas. Y aún, tus ramas cuelgan dando sombra a quien quiera conocer tu fortaleza y embelesar los sentidos con tu aroma a ser vivo de casi 400 años.
Gracias, Pino Esrengado, vives en soledad, aislado de tu especie. Compartes lugar con hogares, con la atarjea labrada en la piedra, que cala el agua galante, cantarina y húmeda, sustentando tus 300 años de vida. Permaneces moldeado, hecho al alisio que azota tu tronco, tu espacio, eternizando tu belleza. Transmitiendo la resistencia de vivir siempre en el mismo sitio. Forjando bondad, generosidad a la espada del viento. Y al filo del abandono, sumido en el silencio, manifiestas que vives en tu tronco, en tus hojas, reverenciando la tosca que habitas.
Gracias, raíces, tronco y verdes hojas que cobijan la resiliencia dando sombra a la grandeza de estar vivo, acogiendo los suspiros de sal que llegan desde los ojos del mar.
Gracias, Tierra de Arico.
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