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María Teresa de Vega

 

 

 

 

 

Estamos ante una nueva exposición de María Jesús, y por tanto, en ocasión de seguir admirando esas apariciones, un mundo natural saturado de magia, y que aúnan la poesía y el arte. Poesía porque pinta solo lo que poéticamente puede existir,  ese silencio, por ejemplo, también lo que tiene una existencia material, mar o pájaros,  bosques (enjundiosos, donde lo intrincado puede ocultar la audacia de las ramas, vivas, que dejan que los ojos que esconde, observen tu mirar) pero nunca como ella los pinta. Pues llevan su marca de minuciosidad, como si cada pincelada fuera todas las pinceladas, y el color todos los colores.

Y el camino, todos los caminos, los de  la vida, sí, pero también pueden ser la materialización de la incertidumbre que, precisamente, caracteriza nuestro transitar por el mundo y nos afecta a todos los humanos. Es, pienso, una totalidad la que alberga su pintura.  Una disposición, diríamos, casi panteísta.

Poeta es de la naturaleza que como espina dorsal sostiene sus imágenes. Y como decía Joaquín Castro, que ha comentado su exposición, la artista conoce el secreto de la luz. Imparte la luz y el color, un impulso al que la artista obedece, un impulso controlado por la técnica; añadimos, que sabemos impecable.

La pintora, se me antoja, al mismo tiempo que la pinta, nace con la flor, nace con el pájaro, con el bosque, con los escalones que abordan lo finito o lo infinito. Relámpagos de vida que subrayan el misterio de la creación. Lo que sabemos cierto es que María Jesús bordea la fusión con esa naturaleza de la que pinta sus esplendores. Todo un magma bullente, fundidos la pintora, lo vegetal, el agua, la tierra, el cielo. La poesía vigila los umbrales de este sorprendente microcosmos, conseguido por el sortilegio de la inspiración.

Creo que pintar o escribir poesía supone una manera de estar en el mundo distinta a la cotidiana, buscando significado a lo que hay. Pienso que en la obra de María Jesús hay hondura, pese a lo que pueda parecer a primera vista. ¿Qué hay en el fondo de esas superficies densas, de esa densidad, espesor, inmediatamente percibidos? Quizá sabiduría acumulada en el arte que domina, esos paisajes que anhelan ser pintados. Y junto a ello, la belleza, que encontramos por doquier, arriba o junto a la charca donde beben las palomas.

A este respecto, sospecho  que María Jesús ha encontrado la Flor azul del poeta Novalis, talismán clave del deseo de hacer del mundo un lugar de belleza. Reproduzco una estrofa de Himnos a la noche de este gran poeta:

 

Qué ser vivo, dotado de sentidos,

 No ama, por encima de todas las maravillas

Del espacio que lo envuelve                                                                                                               

A la que todo lo alegra, la luz, con sus colores, sus rayos y sus ondas, su

dulce omnipresencia… etc.

 

¿Cómo pudiendo Crear iba nuestra pintora a abstenerse de crear la luz de todas las horas?

Pensemos, por otro lado, en esos paisajes de María Jesús. No olvidemos que el paisaje es mucho más antiguo que nosotros, y a los recreados por la pintura o el poema, los transfiguran con su nota de eternidad. O de divinidad, para aquellos que creen en un máximo Creador.

Añado un fragmento de un poema de Octavio Paz. “Entre la piedra y la flor”.  Son, con el anterior, ejemplos de esa luz que tanto interesa a la pintora.

Amanecemos piedras.

Nada sin la luz.

No hay nada sino la luz contra la luz.