Hacedora de espacios, María Teresa de Vega nos señala, desde el mismo título de este poemario, la ruta hacia un juego poético, articulado a partir de su propia negación. Esto no es un juego, proclama para que no haya equívocos y, sin embargo, nos coloca sobre un tablero. 

     En él, estamos a merced de los dados o el azar (una misma cosa). Desde el lugar de inicio o salida, se nos presentan, una a una, las casillas que habremos de transitar. Sin pasamanos ni andariveles, tal vez para que levitemos poema a poema, haciendo camino. Un camino que la poeta nos exhorta a seguir una y otra vez.  No hay tiempo que perder, a pesar de que las jornadas de este viaje duren una vida.

 

No hay vuelta atrás.

El cubo de seis cara

es blasón heráldico

en la batalla de la vida

 

     (El destino es visto por la poeta como la mirada fija de un dios). Destino en sus dos vertientes: este que nos lleva y aquel que nos espera al final de todo.

En este tablero-camino o vida-juego cruzamos puentes, bordeamos orillas y, a veces, necesitamos hacer uso del Fingimiento (título de uno de los poemas) para avanzar en la partida, seguir la marcha hacia alguna parte. Así lo reflejan estos versos

 

Se finge servir para la vida

              …En los sueños se replica el escenario

de los versos y las bufonadas

 

    Tras un breve paso por la posada, volvemos a lanzar los dados para que el azar se pronuncie en los días felices, donde la autora nos recuerda que

 

En coreografía feliz baila cuanto miro,

No pierde su vigor al paso de los días

 

    Como lectores, desde el inicio de este juego (que no lo es), con la naturaleza y su lenguaje de signos como telón de fondo permanente, cruzaremos puentes, posada, cárcel. Y en este peregrinaje, volveremos la vista atrás (solo para solazarnos en la memoria). La poeta nos instará a seguir hasta la última casilla-poema porque: instancia natural e ineludible es el viaje que nos lleva a la muerte. Fin del juego. 

    ¿Puede que este libro se haya cimentado sobre el tablero del Juego de la Oca? Todo parece indicar que sí.  En todo caso, sabedores de la dificultad que entraña dar estructura a un poemario, nos maravillamos al entender que estamos frente a un entramado perfecto en el que van de la mano el juego y la reflexión, el miedo y la alegría de habitar el mundo. 

     Ante una poesía de alto vuelo formal, con la lectura de ESTO NO ES UN JUEGO, les adelanto que disfrutarán de esa extraña levitación poética que, a veces, toca tierra y otras, extiende las alas para mostrarnos la rotunda belleza de una revelación.

      Ahora es nuestro turno para jugar: ¡de oca a oca y a leer porque nos toca! (Con la lectura de este poemario se gana siempre)