Asuncion-Cívicos-Juarez
Asunción Cívicos Juárez

Hace una hora que se quedó “frito” y, ahí sigue, durmiendo una de sus largas siestas. Y aquí sigo yo, dale que te pego a la calceta, tejiendo la segunda mantita para la cuna de nuestra nieta Irene. Atenta, como siempre, para que tenga su camisa a punto y la cena en la mesa cuando llega del despacho. Acomodo su pierna escayolada hasta la ingle, para ahorrarle dolores y molestias evitables.

Duerme como si tuviera la conciencia tranquila. ¿O es que la conciencia masculina tiene particularidades que la hacen diferente de la nuestra? Nunca entendí eso, pero algo debe haber. A propósito del asunto, tengo que decirle a mi hija -ella que sabe de estas cosas-  que lo mire en internet, a ver si hay alguna explicación científica. A mí se me escapa. Más de 30 años casados, demasiado tiempo con un infiel, desleal confeso y pillado en faena. A perdón por año de matrimonio, llevo contabilizados. Y aquí sigo, enamorada hasta las plaquetas de este imberbe que a veces me saca de quicio, ¡la verdad!

No entiendo por qué sigo con él. No sé bien por qué lo hago ¿Por nuestros hijos?, ¿Por la hipoteca del apartamento en la playa? ¿Por presión familiar y social? ¿Porqué dónde voy a ir a estas alturas de mi vida que esté mejor? ¿Por amor o… por miedo?

Desde que tuvo el accidente se repiten las llamadas. Sé que es ella; llama tres veces y cuelga. Por la mañana, a mediodía, por la tarde… me pongo en su piel que huele a desesperación y a interrogante. Es curioso, pero hace tiempo que mis celos dieron paso a una especie de conmiseración y complicidad femenina. Por raro que suene, entiendo su sufrir y no me alegra. El coche quedó destrozado y el móvil de Ernesto atrapado entre la chatarra irrecuperable de su Mercedes. Después de todo, tuvo suerte el cabronazo. He pensado tantas veces en el alivio que supondría su muerte, que me asusto.

No sé si le amo o le odio. Nunca como ahora lo vi tan indefenso, tan asustado por encontrarse, tan de cerca, con la muerte. Ahora para mí ¡sería tan fácil! Saco la aguja del cuadrado de manta que tejo, con delicadeza, los puntos quedan atrapados en el imperdible especial para frenar el destejido. Es una aguja larga y fina, del nº 1. Ya la tengo fuera, la levanto a la altura de mis ojos, la miro, observo cómo mi brazo la levanta aún más y la dirige hacia el cuerpo dormido, ausente, que se mueve y, por un momento, acompaña a una mueca de dolor.

Acerco la aguja a su ingle, la introduzco en el fino espacio que separa el rígido material de su piel enrojecida y tan llena de picores, que le abren sus ojos verdemar, en un sobresalto. Le rasco con suavidad y firmeza. 

— Buenas tardes, cariño ¿has descansado? 

 

*Accésit en el IX Concurso de Relatos RNE y Fundación La Caixa 2017 (Edición digital)