Con motivo del Día de Canarias, el 30 de mayo de 2024 hemos celebrado nuestro II Concurso Día de Canarias, en la red social de Facebook.

Una forma de llenar nuestro muro en dicha red social de poemas y relatos escritos por canarios en su día grande. Publicamos aquí los poemas y relatos ganadores de los cinco primeros premios.

Nuestra enhorabuena a todos los premiados, y nuestro agradecimiento a todos los participantes y votantes.

Primer premio, dotado de 100 euros, lote de libros y publicación en la revista Canarias literaria y en la antología Acte 2024 para:

Rosy González, con su poema NOS VAMOS DE ROMERÍA. 186 votos.

NOS VAMOS DE ROMERÍA

Hay que cortar los claveles, encarnados, colorados,

y amarrarlos con espigas, en ramitos, adornados.

Suben y bajan de las carretas canastas y ceretas

Higos pasados, gofio de la era,

bien amasado con almendra y plátano,

zurrón y talegas llenas.

Los bueyes mirada atenta a la vara

topan las espolainas con apuro.

El vino de las botas en las bocas se reboza,

y los magos a lo suyo, garrafón y huevos duros.

Timple a cuestas, arrequintados con las gargantas recias.

Bandurrias, bucios y chácaras acompañan las folías

Se va viniendo la tarde. ¡qué hermosa es la tierra mía!

Llena de aceite los candiles por si nos coje la noche, mi niña;

quiero ver de cerca ese refajo calado, planchado y almidonado.

© Rosy González

Segundo Premio, dotado con lote de libros y publicación en la revista Canarias Literaria para:

Noemí Martín, con su poema MUJER CANARIA. 178 votos.

MUJER CANARIA

Vivo en una isla.

El mar me rodea,

pero no soy isla.

Yo soy continente de sueños y versos

y de amor honesto.

Me gusta la gente de mirada cierta,

poetizar la hierba, la muerte, la huida,

los miedos, el hielo...

Yo soy continente

 de arrebato y vientos.

Vivo en una isla que huele a madera

más no quiero aislarme del paso del tiempo.

Ni quemarme viva.

Quiero contener recuerdos y risas.

Y mis tres deseos.

Y la maresía.

Yo soy continente dentro de una isla

con alas ocultas.

Soy patria y origen, empeños, anhelos.

Soy un alma libre,

una mujer-tierra con aroma a lluvia

 conteniendo el cielo.

© Noemí Martín

Tercer Premio, dotado con lote de libros y publicación en la revista Canarias Literaria para:

Alicia Rodríguez, con su relato EL CALETÓN. 87 votos.

EL CALETÓN

El batir suave del mar contra las piedras los sosegó y el cansancio de la larga caminata se disipó de inmediato. Se acercaron a una cueva, extendieron un gran mantel de cuadros rojos encima de los callaos y depositaron sus enseres. Andrés ayudó a su madre a cubrir la entrada de la gruta para que no penetrasen los rayos del sol. Después, corrieron hacia el agua que lucía plácida y transparente. Andrés, en un juego continuo con el mar, nadaba, se zambullía y volvía a ascender a la superficie. Rosario, sin embargo, se entretenía jugando con los burgados de la orilla. Los niños se divirtieron. Buscaron entre las rocas: lapas, cangrejos, erizos… y se sorprendieron gratamente cuando el gran caparazón de una tortuga boba aparecía en la superficie del agua.

Al caer la tarde, el cielo se tornó de un color rojizo velado y la familia aprovechó para sentarse encima de los callaos a merendar. La brisa marina los acompañó acariciándoles el semblante. De pronto, Andrés se levantó y se dirigió al agua.

─¡Mamá, ven! ─vociferaba el niño ansioso.

Su madre, asustada, corrió hacia donde se encontraba el pequeño y contempló, atónita, cómo la superficie del agua se teñía de un manto escarlata.

─¡Niños, nos vamos!

─¿Qué son esas masas flotantes en el agua? ─preguntaba Andrés desconcertado.

Saturnina no respondió. Recogió los enseres y comenzaron a ascender por la cuesta que los condujo al camino.

El niño andaba despacio sin dejar de mirar hacia atrás. De repente, presenció como multitud de insectos vestían las rocas de la playa.

 ─¡Apúrate, Andrés! ─gritaba su madre.

 ─¡Mira, mamá! Una nube inmensa cubre las piedras.

Su madre no dijo nada y continuó caminando.

Al anochecer, Saturnina se acercó a la habitación de los pequeños y les explicó que aquella nube rojiza que cubría las rocas del caletón era una invasión de langostas peregrinas que procedía de África.

Al día siguiente, el ruido de las caceroladas y el olor a humo los despertó. Corrieron despavoridos hacia la cocina y, a través del cristal de la ventana, presenciaron cómo las langostas danzaban y desaparecían en un cielo azul infinito.

© Alicia Rguez.

Cuarto Premio, dotado con lote de libros y publicación en la revista Canarias Literaria para:

María C. González, con su relato EL REGRESO. 37 votos.

EL REGRESO
La magua siempre le acompañó, nunca los recuerdos de su querida y ansiada isla dejaron de estar en su mente. Se marchó, como todos los jóvenes, huyendo de la miseria del campo, buscando un porvenir mejor. Con la promesa hecha a su madre viuda de ayudar a la familia.

¡Soñando siempre en regresar!

Tiempos duros aquellos cuando se alejó de su familia, del mar añil y de los verdes montes. No deseaba olvidar su tierra y fue atesorando recuerdos, cada noche antes de dormir…como quien colecciona joyas para un tesoro que guardaría en su corazón.

Los primeros recuerdos, su cuna una cesta de mimbre, las manos de su madre, el arrorró y sus dulces canciones que le evocaban la niñez. Su primer juguete un carro hecho con trozos de pencas y tiras de amarrar la viña. Las caricias a la luz de la lumbre, manos diversas que lo cuidaban, alimentaban con leche de cabra y gofio, su sustento. Los sabores de la tierra: papas, nísperos, duraznos, plátanos, higos… y los del mar, que su madre proveía gracias al trueque con la pescadora: sardinas, pejes, cabrillas, viejas, lapas o morenas…papas arrugadas con el sabor del rico mojo verde. La época de matanza, criando un gran cochino, para obtener la carne y salarla. La de vendimia, como disfrutaba pateando uvas en el lagar. Las risas y juegos en la escuela, juegos de trompos, boliches, peleas con palos o piedras y al llegar a casa el aroma del café tostado. Las charlas y cuentos de sus mayores sentados en el patio lleno de flores, bajo el parral de viña.

La diversión en la fiesta del barrio, con la tómbola, los turrones, yincanas, los voladores, luego las romerías y los bailes. Aún recordaba el dolor cuando estrenaba los zapatos nuevos, acostumbrado a andar descalzo o con lonas. Aquellas marchas a través del monte para ir a ver su virgen morenita, amparados e iluminados en la noche por el padre Teide nevado.

El amor de su tierra, en la distancia, era a veces insoportable. Añoraba todo, pero no podía volver con las manos vacías, llenas de trabajos y penas, ahorrando para su posible regreso. Los años pasaban y sus ilusiones se esfumaban….Tras pasar más de cuarenta larguísimos años alejado de su isla, por fin regresaba a su verdadero hogar. Hoy volvía de nuevo, peinando canas, derrotado por los cambios de la fortuna. Su familia le ayudó en el retorno.

Todos recordaban los años de bonanza, cuando recibían las divisas del tío que partió para hacer las Américas.
Desde que llegó sintió que había hecho bien regresando, cerraría el círculo, volvería a vivir y disfrutar lo que más amaba, su querida isla. Fue recibido por los suyos, que lo esperaban con ganas de devolver con atención y cariño tantos años de sacrificio del tío indiano, que ahora regresaba con su maleta vacía.
¡Sonrió feliz, moriría en su isla!

© María C. González

Montserrat Morales, con su poema MI TIERRA ES UNA MUJER. 29 votos

Quinto Premio, dotado con lote de libros y publicación en la revista Canarias Literaria para:

MI TIERRA ES UNA MUJER
Mi tierra es una mujer
de cabellos de basalto,
ojos de Atlántico eterno
y piel de gofio tostado.

Temple bravo de volcán,
y dulce voz de arrorró,
verdor de bella inocencia
que va invocando al amor.

Pena al emigrar sus hijos
y, aunque queda con la magua
de volver a darle un beso,
al buen foráneo lo ensalza.

Con un vestido de drago,
tajinaste y platanera,
quisiera ver hoy lucir
a la mujer que es mi tierra.

Y esta mujer nos dio a luz,
con sufrimiento y orgullo.
¡Como Canarias no hay otra
en toda la faz del mundo!

Canarias no hay más que una
en toda la faz mundial.

© Montserrat Morales