vejez
Loly González Pérez
Loly González Pérez

 

 

 

 

Recuerdo de jovencita entender el ceder asiento en la guagua creyendo que los mayores rozábamos el ecuador de los cincuenta, y con la etiqueta de viejitos.  Antes lo éramos de conciencia, mientras ahora, deshaciendo estereotipos, nuestra etiqueta es universal colgada en las maletas de viaje, y el carné que nos permite visitas en busca de actos populares, etnografía, música, exposiciones, Museos etc. 

   La ventana que nos ha dejado olor a fuente clara es la informática.  Asignatura desconocida para la mayoría, sonando a nuevas tecnologías.  ¡¡Ahí andamos, como Dios santo nos ayude!!. Hasta para pedir cita previa.  ¡¡A nuestra edad ...!! Mi abuela volvería a plegar los ojos para siempre al conocer el contacto con mi hijo a diario desde el extranjero.

   La otra vertiente es extrapolarnos a conocimientos inéditos. Hilo conductor para personas enclaustradas con discapacidades, e involucrando a instituciones para valorar la soledad.

   Mis canas, mis arrugas, mis manías y mi empoderamiento para estar al acecho de lo que nos espera, me hace mirar al espejo retrovisor para revivir lo bueno, que es lo más importante.

   La nobleza y los valores no se ven, y ese escaparate colorista es producto del cambio de los tiempos.  No hay nada como cumplir años para admitir cuanto acontece, a través del crisol multicolor de la vida. La literatura es lo que colma pasiones.

   Con nuestra vejez a cuestas, vamos saboreando cuánto se nos brinda, y si el pan del peregrino se halla en la posada del pobre, pues ahí estamos los Mayores estirando nuestra exigua pensión, para apañar hasta los nietos.

   Este binomio juventud-edad de oro suena a metáfora, pero serán ellos, los nietos los que nos enseñen las nuevas tecnologías .     

¨Efímero fuego de candente llama¨.

Imagen de internet