Recuerdo de jovencita entender el ceder asiento en la guagua creyendo que los mayores rozábamos el ecuador de los cincuenta, y con la etiqueta de viejitos. Antes lo éramos de conciencia, mientras ahora, deshaciendo estereotipos, nuestra etiqueta es universal colgada en las maletas de viaje, y el carné que nos permite visitas en busca de actos populares, etnografía, música, exposiciones, Museos etc.
La ventana que nos ha dejado olor a fuente clara es la informática. Asignatura desconocida para la mayoría, sonando a nuevas tecnologías. ¡¡Ahí andamos, como Dios santo nos ayude!!. Hasta para pedir cita previa. ¡¡A nuestra edad ...!! Mi abuela volvería a plegar los ojos para siempre al conocer el contacto con mi hijo a diario desde el extranjero.
La otra vertiente es extrapolarnos a conocimientos inéditos. Hilo conductor para personas enclaustradas con discapacidades, e involucrando a instituciones para valorar la soledad.
Mis canas, mis arrugas, mis manías y mi empoderamiento para estar al acecho de lo que nos espera, me hace mirar al espejo retrovisor para revivir lo bueno, que es lo más importante.
La nobleza y los valores no se ven, y ese escaparate colorista es producto del cambio de los tiempos. No hay nada como cumplir años para admitir cuanto acontece, a través del crisol multicolor de la vida. La literatura es lo que colma pasiones.
Con nuestra vejez a cuestas, vamos saboreando cuánto se nos brinda, y si el pan del peregrino se halla en la posada del pobre, pues ahí estamos los Mayores estirando nuestra exigua pensión, para apañar hasta los nietos.
Este binomio juventud-edad de oro suena a metáfora, pero serán ellos, los nietos los que nos enseñen las nuevas tecnologías .
¨Efímero fuego de candente llama¨.
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