EL TIEMPO EN LOS BOLSILLOS

 

Begoña Hernández Batista nació en Tenerife y pasó su infancia en la villa de Arafo, el pueblo de la música. Estudió en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de La Laguna y continuó su formación académica en Madrid, donde vivió varios años. En el año 2000 fijó su residencia en Lanzarote y actualmente compagina la enseñanza con la pintura, habiendo realizado numerosas exposiciones individuales y participado en exposiciones colectivas con su obra pictórica.

Estos pequeños apuntes biográficos iniciales son relevantes no solo para conocer someramente la trayectoria vital de la autora, si no para comprender algunas de las referencias que encontraremos en su obra poética. Begoña Hernández Batista había canalizado siempre su inspiración, su trabajo hacia la pintura, aunque paralela y silenciosamente desde muy joven había ido desarrollando una obra poética que ha ido creciendo con los años y permanecido inédita hasta ahora.

Hace unos años, una enfermedad le obligó a guardar reposo durante una larga temporada y, precisamente, este descanso obligatorio ofreció las condiciones idóneas para que revisara todo ese quehacer poético elaborado pacientemente, sin pretensiones, a lo largo de toda una vida de dedicación a la pintura y la familia. La autora nos demuestra con este hecho que ha sabido aplicar con éxito la célebre frase de Shakespeare: “todo lo que sucede conviene”. 

Estos poemas incluidos en El tiempo en los bolsillos (Editorial Escritura entre las nubes, 2023) son, por lo tanto, el destilado de lo producido a lo largo de una vida entera, pero revisados desde la madurez. Por ello encontramos una voz rotunda y elegante que lanza una mirada personal al mundo que la rodea y nos sorprende con sus hallazgos, propios de una gran lectora que ha asimilado lo leído con avidez, porque como bien señala la poeta gallega Luisa Castro en el prólogo de su poesía reunida La Fortaleza, para escribir versos hay que: “asumir como propio lo que otros han inoculado en ti, convertirlo en algo que pueda sonar nuevo”.

Begoña Hernández Batista logra estos objetivos creativos en varios aspectos. En primer lugar destacaría el lenguaje, aparentemente austero y sencillo, pero en el que en realidad se aprecia un esfuerzo por la selección de las palabras adecuadas. La autora vive en el lenguaje, como diría el crítico canario Jorge Rodríguez Padrón, pues a cada palabra procura dotar de nuevos significados y resonancias, permitiéndose incluso plantear conceptos como “desabril” o “desjuegos”. Respecto al aspecto formal de sus poemas, en los versos prima la verticalidad y destaca la utilización de versos muy breves que, en ocasiones, incluyen solo un sustantivo, un verbo, etc. También reseñaría el poderoso colorido del que dota a sus poemas y la musicalidad que también está presente en sus poemas con alusiones constantes. Otro aspecto que cabría resaltar son la belleza de sus metáforas y finalmente la forma en que encuentra un equilibrio entre el peso de las tradiciones, los recuerdos del origen con la libertad de los sueños, es decir, la ponderación entre la niña que fue y la mujer que es, entre el dolor de lo perdido y la satisfacción de lo logrado hasta hoy.

 

DE UN MUNDO


     Desde el pasado, los recuerdos de la niña que fue en un pueblo sureño de medianías como es Arafo, Begoña Hernández Batista construye su propio mundo, su propia isla. Construye a partir de la memoria, de un mundo que ya no existe: un mundo rural y ameno de acequias, huertas y casas con patios y parras.

Se trata de un mundo donde el azar tiene una gran importancia, quien ofrece los hilos que después deberá tejer cada cual como una Penélope que espera. La poeta alicantina Francisca Aguirre, que recrea el mito, desde el punto de vista de Penélope, en su obra Ítaca nos ofrece un buen punto de partida para este mundo, a partir de unos versos de su poema “Desde fuera”: ¿Quién sería el extraño que quisiera conocer un paisaje como éste? /  Desde fuera, la isla es infinita / una vida resultaría escasa para cubrir su territorio. / Desde fuera / Pero Ítaca esta dentro, o no se alcanza.”. 

Efectivamente el mundo que Begoña Hernández observa se construye desde el interior de si misma y lo que nos ofrece a los que nos acerquemos a sus poemas es lo más profundo, lo más íntimo, una mirada desde dentro, una forma de estar en el tiempo.

 

DE UN TIEMPO

 

Begoña Hernández Batista pinta el tiempo en sus poemas. Utiliza toda una gama de azules para describir el tiempo. El tiempo es, para la autora, un cheque sin fondos, un viaje. En ese tiempo descubre el avance del silencio, de la soledad que es larga, pero se enfrenta a ello desbaratando los hilos de lo cotidiano y tratando de descifrar los enigmas detrás de las cosas aparentemente sencillas.

En su obra también realiza su particular enfrentamiento contra el tiempo y muestra su rechazo a una posible vida rutinaria. Finalmente huye en sus versos de la posible seguridad, de una protección para querer con liberad y, desde su necesidad profunda, no solo a su familia si no a todo su “mundo”, todas las cosas que ama.



DE UNA INEVITABLE NOSTALGIA

 

En sus poemas sobrevuela los vacíos, principalmebte el vacío de la isla y su misterio, que es como ella misma, como otra Mararía. Las tardes se ensanchan con el aire de la melancolía, con el descubrimiento de la propia fragilidad. La autora necesita hacer algo para ponerse a salvo. Para poder seguir viviendo es necesario guardar los recuerdos en el trastero de la memoria. Escribir.

El recuerdo de la infancia en Arafo, la sombra de la parra en el patio, el sabor dulce de las moras, el frescor de los zaguanes, el cariño y, sobre todo, la pérdida de su madre, el peso de su ausencia, son referencias que forjan los poemas durante la tarde que se apaga.

Cabría señalar, a modo de apunte, y que puede servir para comprender mejor algunos poemas, el interés que siente la autora por las casas abandonadas. 

 

PARA SENTIRSE A SALVO

 

Begoña guarda el tiempo en los bolsillos, guarda una noche estrellada… Pera sentirse a salvo tiene, en las tardes tibias de la isla, el olor del guayabo, el recuerdo de la niñez como un dulce terrón de azúcar, el alisio con su humedad que refresca las flores de hoy.

Para Begoña escribir es la búsqueda de un refugio seguro. Por ello en sus poemas gira una y otra vez sobre sí misma, como un barco sin puerto, como ella misma confiesa.

No pretende armar ilusiones, solo ver el sol y a lo lejos barcos que pasan y así encontramos a la niña que juega con las mariposas y que es la misma mujer que experimenta con los pinceles y el color sobre un lienzo; Que escribe en secreto.

Volver lo mágico cotidiano, las labores del hogar, el pan de cada día, las flores del jardín, los sueños escondidos en cualquier rincón de la casa, en cualquier gaveta, son virtudes que nos demostrará la autora en su obra. El poder evocador de sus escritos podría compararse al de la luna que alumbra viejos sueños. La música siempre suena al fondo y, en definitiva, todo nos dice mucho más de lo que parece decir, dentro de una humildad, de una autenticidad que nos interpela y nos hace cómplices de búsquedas, de una nostalgia, de la creación de estos poemas, estos pequeños objetos artísticos.

Porque en palabras del poeta canario Eugenio Padorno “un poema también tiene mucho de objeto artístico”. Los poemas que nos ofrece Begoña Hernández Batista no cabe duda de que lo son y haciendo un símil cada poema sería como uno de los cuadros que conforman una gran exposición que es, en definitiva, este libro.