Siete preguntas pretendían adentrarse en el universo creativo de la escritora Felicidad Batista y sus respuestas no han defraudado (nunca lo hacen). En ellas se ve reflejada a la mujer y a la autora, como un tándem indivisible con franco compromiso con la literatura y con la vida. Autenticidad y verdad son dos palabras que nos acompañan en la lectura profunda de todo lo que escribe, y es que, leerla supone siempre un viaje hacia ese lugar pleno de transparencia y belleza donde gravita lo genuino.
Felicidad, ¿con qué nos vamos a encontrar en nuestro recorrido POR LAS CALLES DE LA VIDA, tu último libro publicado? ¿Qué andamiajes narrativos sostienen este conjunto de relatos?
Los lectores se encontrarán con un conjunto de relatos que, la mayoría, tienen en común la música (tango, blues, jazz, clásica, canción francesa… Otros están relacionados con el mundo del libro, las librerías y la metaliteratura.
Nací en una familia, materna y paterna, muy vinculada a la música, pero no tuve la fortuna de heredar ese gen interpretativo o instrumental que viene desde mis tatarabuelos. Así que, bien de una forma explícita, subliminal y en el ritmo del lenguaje, trato de componer música, pero literaria. Ritmos y melodías en el lenguaje para cada circunstancia.
Los temas surgen de una idea, de un verso, de una mirada, una película o un lienzo, pero lo apasionante es la construcción de la trama de un relato, una microficción o una novela. Es el oficio en toda su complejidad, donde tienen que intervenir en primer lugar, la honestidad y, después, un trabajo minucioso que abarque hasta el más mínimo, leve o invisible detalle. Conscientes de que ningún poema o narración acaba nunca.
Después de haber leído Los espejos que se miran, Relatos de la Patagonia, Finis Mare y Por las calles de la vida, encuentro que los cuatro forman parte de un todo. Y lo digo porque creo ver vasos comunicantes entre ellos: literatura y vida en estrecha comunión, tal vez. ¿Qué sucede para que la literatura nazca y pase de la mujer al papel?
Tanto desde una visión ética como estética, persigo siempre lo auténtico. Cuestionar, dudar, desentrañar la belleza, comprender el mundo… Y cada cual lo hacemos con las herramientas que adquirimos, aprendemos, construimos o deformamos. Desde la conmoción o desde el análisis. Desde la experiencia propia o vicaria. La autenticidad frente a la impostura. No olvidemos que la ficción es realidad y la poesía, verdad.
Empecé a descubrir la vida en lo que contaban mis bisabuelos, mis abuelos y mi entorno. Las aventuras de sus migraciones, sus vivencias, cuentos, misterios, improvisaciones o silencios. Mi padre me contaba películas, mi madre me relataba historias vividas en su infancia y juventud. La vida, emociones, y acontecimientos, a través de las narraciones orales, la memoria, la emoción del arte. Mi abuela Felicidad, además, me compraba cuentos cuando se desplazaba a la capital. Y comencé a leer a los cuatro años. La vida que descubrí, por tanto, era literaria. De hecho, cuando voy a un país, a una ciudad, no sé si lo veo tal como es o si lo percibo, únicamente, como lo leí.
La lectura, además del lenguaje, la formación, el conocimiento y el placer, implica imaginar y recrear. Y ante las incertidumbres permanentes de la existencia, está el complejo territorio de la creatividad. Es ahí donde acudimos, nos formulamos preguntas y buscamos alguna respuesta.
Escribir no es una inspiración, exhibición o terapia. Escribir, es cuestionar el universo que nos rodea, tratar de averiguar qué mecanismos lo gobiernan o desgobiernan, quiénes somos y para qué estamos en ese cosmos. Es posible que nunca lo sepamos pero, entre tanto, la literatura es el medio de expresión en el que me siento más cercana. Y con la que tengo el irrenunciable compromiso de ser honesta.
Una narradora con mirada de poeta, siempre en búsqueda de paraísos desde los que contar: Bórcor, la Patagonia, Buenos Aires, los libros leídos, la música de fondo de los días, los viajes recurrentes… ¿Sabes por qué funcionan como disparadores de tu proceso creativo?
El lugar es el primer asidero para adentrarse en el trabajo literario. Es marco, fondo, trasfondo, espacio, sea real, imaginado o modificado. Pero, si el espacio es el elemento, aparentemente estable, y el tiempo el que lo enmarca, la vida es el viaje que no se detiene hasta la última estación.
Mi primer viaje fue a los tres años. Mi madre me vistió para acudir a una fiesta. Y, mientras mis padres terminaban de prepararse, en cuanto me vi con mis zapatos de charol, salí al camino y me marché. Hasta que un vecino me vio sola, yendo al barrio donde se celebraba a la fiesta, y me regresó a casa. Con el consiguiente susto y disgusto familiar.
La vida es movimiento y, en ese andar, aprendo en cada viaje. Unas veces, en medios de transporte, otras a pie o en millares de kilómetros en páginas leídas. Desde las ventanas de los versos, los anaqueles de las librerías, las casas de escritores, paisajes, cercanos o en las antípodas. En cualquier lugar, exterior o en nuestro interior, nos espera siempre una historia para que la rescatemos.
Permíteme dos preguntas en una ¿Qué es más difícil, escribir lo que se vende o vender lo que se escribe? ¿Gana premios la literatura o aquello que garantiza ventas?
Sin duda, vender lo que se escribe si se hace desde la literatura. Lamentablemente, han desaparecido aquellas editoriales que, además de vender y obtener los beneficios necesarios de toda actividad económica, destinaban una parte de los mismos a publicar literatura.
Aún se convocan concursos donde gana la literatura, pero están en extinción y no son los más conocidos.
Por fortuna los clásicos de todas las épocas y géneros se siguen editando, pero ¿qué pasará con la literatura que apenas se publica, autoedita o es conocida sólo por lectores selectos? ¿El ruido se impondrá a la buena escritura? ¿La inteligencia artificial amenaza a unos y a otros? En todo caso, prevalece la certeza de que el ser humano, para trascender, necesita la creación. El arte es lo nos salva.
“Escribir constituye el placer más profundo, que te lean es sólo un placer superficial”, eso decía Virginia Woolf. ¿Le damos la razón o entiendes que eso no es del todo cierto?
Si nos permite Virginia Woolf, adaptaría la frase: Leer y escribir constituyen placeres profundos, que te lean es magia. Instantes donde lo escrito se desprende, se aleja e inicia su vuelo liberado en las miradas de los lectores.
¿Qué harías si fueras dueña absoluta de tu tiempo? ¿Te embarcarías en algún proyecto que espera por ti hace años?
Sueño con tener tiempo para caminar por la orilla de la mar, contemplar las constelaciones, escuchar el ramaje de los pinos, quedar con amigos y familia, leer las columnas de libros que me esperan en la impaciencia de que los abra. Revisar una novela terminada y dos por cerrar, nunca acabadas. Concluir un libro de microrrelatos. Regresar a Buenos Aires. Y andar, andar, andar … sin buscar a Ítaca.
De toda su obra, regálanos un título y un porqué
Es difícil responder a esa pregunta. Todos los libros tienen algo especial. El tiempo en que los escribí, las circunstancias y experiencias del trabajo creativo y literario, la búsqueda de las fuentes de información y documentación, el periplo por librerías y presentaciones, las cuestiones personales, y todo lo que cada uno de esos libros, me aportaron. Los espejos que se miran fue el primero y algunos de sus relatos han sido representados en Buenos Aires y en Barcelona. Fui feliz escribiendo Relatos de la Patagonia, considerado uno de los libros destacados de 2017 por Eduardo García Rojas y presentado en Argentina. Historias de Chío: mujeres que cuentan, constituyó un intenso trabajo de invaluable enriquecimiento personal junto a la Asociación de Mujeres del pueblo. Finis mare, es mi primera novela; supuso años de inmersión, experimentación y descubrimiento; una de sus frases está en la habitación 701 del Hotel Contemporáneo. Por las calles de la vida me acompañó cuando no podía pasear. Pero quizá, el que hubiera debido citar, es aquel que aún no he escrito.