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Alberto Omar Walls

 

Esto es como cualquier proceso de fabricación -y no lo quiero decir en sentido peyorativo- o como un artista académico donde algo es preparado durante mucho tiempo, entonces en un momento determinado finaliza y se entrega; se muestra, se hace disponible y ofrece para la venta. Peter Broock

El valor de algo radica, no en lo que se obtiene, no en lo que ese algo nos permite alcanzar, sino en el precio que se paga por él. Friedrich Nietzsche


 

La adopción social de un término como Gestión cultural no soluciona los problemas de la planificación y la organización del desmesurado territorio de la Cultura y sus productos. Hoy día todo el mundo es gestor cultural o cualquier ente público gestiona cultura como mejor se le antoja, aunque, por otro lado, también hemos de saber que la cultura no la gestionan solo las personas relacionadas directamente con ella, sino, sobre todo, las grandes multinacionales que han diversificado sus economías en beneficio de la estabilidad e incremento de sus dividendos.

Han pasado años  desde que en algunos centros de estudios de la gestión cultural, en su mayoría ligados a determinadas universidades, se planteaba la gestión cultural como una actividad técnica, casi aséptica, que no obligaba a una implicación ética en la gestión de los recursos. Poco más o menos se hablaba de crear un eficaz y eficiente administrador de productos intangibles para evitar lo mal que se hacía con los dineros públicos y las equivocaciones en que incurrían muchos ayuntamientos y entidades culturales gubernamentales o subsidiarias de los poderes públicos, donde solo se le pedía que obedeciera al amo, el político de turno que, se suponía, había sido elegido en las urnas. Al que gestiona cultura (del estilo y dimensión que sea) consciente y responsable le surge, ante la peligrosa globalización estandarizada que nos cayó encima, una responsabilidad supletoria: servir de salvaguarda de los elementos más hondamente formativos del individuo en relación con su infancia, con el entorno social y su propio territorio (sin olvidar su inclusión en la Tierra, nuestra proveedora vital).

Adelantarse un tanto a los posibles problemas de la excesiva globalización no tiene nada que ver con el ombliguismo cultural. Las vanguardias no tienen por qué resentirse, ni las investigaciones de nuevo corte, ni las obras individuales de autor... No hay que confundir las coordenadas y pasarse al extremo contrario, porque ello implicaría un fracaso peor, que sería, como mínimo, caer en un nacionalismo cultural inventado y, a la larga, más dictatorial todavía que la amenazante globalización que ya empezamos a padecer. Porque no se trata solo de adoptar inocentemente una moda (la del pantalón roto, por ejemplo, o escribir poemas a tutiplén para desahogar las ansias y temores, aunque no los lea casi nadie), se trata de ser conscientes de que, aún siendo globalizados, vivimos en un entorno escaso (las islas). Aunque se sabe que es difícil conjugar equilibradamente la necesidad de obedecer la moda venida de fuera con las creaciones producidas en el entorno. Por otro lado, la globalización favorece las nuevas leyes del mercado, siendo supuestamente buena a la hora de unirse los pequeños productores para propiciar acciones conjuntas -la mayoría de las veces apoyándose en las políticas culturales de los gobiernos-, no así será buena para los productos culturales que andan buscando distribución en solitario, (sean creadores individuales, escritores, pintores, artesanos) que realizan sus obras como pequeños grupos pertenecientes a territorios alejados de los grandes centros de la difusión y distribución (sin apoyo político de ninguna clase). Y, ¡claro está!, lo será excelente para el ancho mar especulativo del depredador del territorio con ansias economicistas.

Vivimos en un momento crucial de transformación social y económica en que tienen mucho que decir los entes intermediarios entre los poderes locales y regionales en cualquier acción social (¡que todo atañe a la Cultura!). En una época en la que nos obligan a la fuerza a vivir en una aldea globalizadora, debería contemplarse -para evitar el anonimato y el silencio castrador, y la desidia- la observancia de lo particular junto a lo general. Vale como ejemplo significativo el barrio. Dentro de la singularidad cultural de las ciudades, junto con las tradiciones locales y la conciencia geográfica, se hallan los barrios con vieja fisonomía y conciencia propias, por lo que estos deberían significarse como una de las células primeras que conforman las ciudades. Pero no es así, las identidades de los barrios han sido borradas del mapa por el poder aplastante de lo global. Los barrios por sí solos no tienen nada que hacer, están abocados al anonimato cuando no a su exterminio sustancial (o a ser ciudades dormitorios). El peligro general se sitúa en el pensamiento ya defendido de que casi no se conoce al vecino de al lado ni al de encima. Cuando esto se produce y no se hace nada importante por resolverlo, poco futuro le resta al ciudadano de un barrio. La problemática general deberían plantearla ellos mismos, los barrios a través de sus asociaciones de vecinos junto con políticos, investigadores universitarios y gestores culturales, propiciando una serie de encuentros, duren lo que duren, donde se analicen sus limitaciones y expectativas, se observen los recursos, sus capacidades de convocatoria y autogobierno y autosuficiencias en materia cultural (con visión muchos más amplia que las simples actividades culturales). Todo barrio tiene retos pendientes,  el de tomar conciencia de sí mismo, el descubrir quién es dentro de la estructura general de la ciudad y saber que compone, junto con sus habitantes, parte de ese territorio general, cuyos límites no serán sólo los de la ciudad que los engloba, también la constatación de sus singularidades, y en último término la integración creciente en un mundo multicultural. 

Se dijo que la globalización facilitaría el movimiento de los mercados y sus productos, pero también es cierto que ha propiciado la colonización del mercado más fuerte sobre el más débil junto a la inevitable colonización cultural, con su pléyade de modas y maneras espúreas. Hay una salida (¡que no es falsa!) que el creador debería ensayar y es el no perder de vista la creatividad individual (junto a la colectiva) y ejercerse en la práctica de la solidaridad. No se refiere uno a un compromiso social, o caridad al viejo estilo, de trata de el despertar a una nueva conciencia de sí, ubicándose con pleno derecho en la sociedad y época que le ha tocado vivir a cada uno sin perder la posibilidad de ser una persona creativa, auténtica y socialmente activa...

Muchos nos ejercemos aún en la convicción de que es la cultura la que salva a la persona de sus propias fechorías sociales (¡obsérvese que no he nombrado ni una sola vez la guerra que nos envuelve y amenaza como espada de Damocles!). Pero esa fechoría es parte de la cultura global y, por tanto,  es un producto suyo también, por lo que hay que deducir que es el humano quien, paradójicamente, crea la cultura malvada que cree le conviene. Por ejemplo, ¿puede ser más hermoso el arte creado por el siglo diecisiete y sin embargo, al mismo tiempo, sus relaciones sociales motivaban satisfactoriamente la intolerancia y la esclavitud, la venta de seres humanos?

¿Nos debemos preguntar cuál es la Cultura que conviene a la humanidad para vivir al fin en perfecta armonía con su medio y consigo misma? ¿Está la sociedad en condiciones de saber elegir libremente? Creemos que los efectos de la globalización, no sólo en materia cultural, se están dejando sentir dramáticamente, pues vemos con demasiados ejemplos evidentes que le tiene bien agarrados los machos de la decisión libre al individuo inmerso en las sociedades mercantilizadas, para conducirlos a ambos a su autodestrucción.

Porque las tenazas de la economía global son las que mandan...

 

Bibliografía sucinta

FERNÁNDEZ DURÁN, Ramón, La explosión del desorden, (La metrópolis como espacio de la crisis global), Fundamentos, Madrid, 1993. 

HELLA, Víctor, La idea de cultura, FCE, México, 1986.

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MAYNNTZ, Renate, Sociología de la organización, Alianza Universidad, Madrid, 1990.

SMITH, Peter B. Y PETERSON, Mark F., Liderazgo, organizaciones y cultura  (Un modelo de dirección de sucesos), Pirámide, Madrid, 1990.

ZALLO, Ramón, El mercado de la cultura (Estructura económica y política de la comunicación), Tercera Prensa, Donostia, 1992.